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Pescadora, Antonio Cañete Sánchez |
Como viene ocurriendo
desde hace años, junio ha vuelto a ser un mes nefasto debido a la violencia de
género: seis mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, más el
menor de una de ellas. Pilar, Maritza, Susana, Alejandra más su hijo Samuel, Ramy,
Virginia y Mª del Carmen. En los pasados días 24 y 25, la violencia machista
alcanzó cotas de Everest, unida a una insoportable ola de calor en un junio
asfixiante. Debe quedar claro que, al parecer, las elevadas temperaturas
explican parte de la cima de violencia, pero para nada la justifica. Expertos
en estos trágicos temas recomiendan un cuidado exquisito en las campañas que se
hagan, pues ante determinados eslóganes o intensas cruzadas, los crímenes
machistas también aumentan.
Por otra parte, la Fiscalía General
del Estado advierte que durante las vacaciones, los fines de semana y los días
festivos se comete un mayor número de asesinatos por violencia de género.
Parece, por tanto, que trabajar alivia tensiones y que, conforme aumenta el
tiempo de convivencia, aumentan los roces violentos de las parejas. Por tanto,
habrá que poner el acento en la tolerancia inteligente y ética y en la
igualdad, entendida como nivel de madurez y pauta de relación. Ya lo advertían
las abuelas de mis abuelas: “solamente pueden rozar las gentes que están
juntas”.
Desde este lado de la pantalla nos
solidarizamos con las víctimas y sus familias. Esta lacra social pone de
manifiesto el fracaso colectivo de una sociedad que, a mí entender, no acaba de
interiorizar la gravedad de este problema. La violencia machista debería
sacarse de los programas de los partidos, pues su politización divide y, con
frecuencia, la agrava. La violencia de género es un asunto de Estado, tanto o
más como lo fue el terrorismo de ETA. Las medidas a tomar no pueden depender
del gobierno de turno. No suenan del todo bien las declaraciones en los ámbitos
políticos, repetidas mil veces como método de mejorar su imagen, pidiendo que
frene la violencia llamada de género. Las manifestaciones en calles y plazas de
políticos y ciudadanía están bien, pero es mucho mejor predicar con el ejemplo
en la vida diaria. Es muy desafortunado, y genera desconfianza, oír que estos
mismos políticos se enteran por la prensa de comportamientos inadecuados de
compañeros próximos o asesores de años. Esa hipocresía beneficia a puteros,
acosadores y asesinos.
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Penélope, José A. Díazdel |
Como todo problema social, la
violencia de género no se extingue con una varita mágica. Necesita tiempo,
actuaciones acertadas y recursos humanos y económicos y, como ya he dicho
antes, políticas de Estado de consenso.
Impulsar políticas de igualdad,
concienciar a niños y jóvenes en los centros educativos desde edades tempranas,
actuación rápida de la justicia y políticas eficaces de protección debieran ser
las medidas puestas en práctica. En mi opinión, hay un factor clave para
desarrollar todo esto: se necesita personal especializado. Cualquier persona no
está capacitada para dirigirse a niños de ocho años, a adultos de cincuenta o a
la ciudadanía desde un estudio de radio o televisión. La formación de calidad
es la base del posible éxito. A mi modo de ver, se habla de violencia de género
con demasiada ligereza. Hay buena voluntad, pero faltan conocimientos. Se
siembra, pero por intereses electorales se siembra mal, cuando además la
pornografía está al alcance de cualquier móvil y en la televisión se sigue
utilizando a la mujer como reclamo publicitario de una colonia, un coche o un
viaje. Hay que investigar bastante más en la salud mental de la ciudadanía, en
los derechos y deberes del personal y en cómo nos afecta socialmente “tanto
estado del bienestar”. Son muchos los políticos que nos quieren e intentan
educarnos sin pensamiento crítico, pero luego pretenden que seamos críticos con
los asuntos que a ellos les interesan. Digamos que interesan ciudadanos y
pensamientos críticos teledirigidos. Apuesto por un reseteo social de los
valores éticos, una actualización, sobre todo en las clases dirigentes.
Personalmente, creo en el poder
revolucionario de la educación y a ella apelo como recurso imprescindible ante
la gravedad de la situación. Pero la educación es lenta; da frutos, pero es
lenta. Las familias y la escuela, conectadas, tienen que articular unas medidas
claras que eduquen a los niños y jóvenes en el respeto, en la igualdad y en la
libertad. Nadie es dueño de nadie y menos un hombre de una mujer. Las personas
no somos objeto del derecho de propiedad, a pesar de que algunos partidos nos
colocan como objetivos. También a esto alguien debería dedicarle una pensada.
¡Ay de las democracias con votantes cautivos!
Por otra parte echo en falta mayor
delimitación del problema. En Ciencias, esto es fundamental. ¿Toda la sociedad
es machista o el problema se focaliza en algunos sectores? ¿Cuál es el perfil
social, económico, edad, formación, profesiónal, etc… de los asesinos? Las
medidas que se tomen, para ser eficaces, deben ajustarse a ese perfil. De lo
contrario no servirán para nada.
El asesinato es un culmen, una meta,
una etapa final… Es necesario actuar antes. A la primera señal de maltrato, la
mujer o su entorno deben actuar… En esos momentos iniciales avisar/denunciar es
la prioridad; no se puede dejar que el maltrato eche raíces… porque su fruto
será mayor maltrato y, finalmente, por desgracia en muchos casos, la muerte.
En una sociedad tan individualista
como la nuestra, estos problemas colectivos tienen difícil solución. Nos hemos
deshumanizado demasiado y estamos pagando las consecuencias. Cuando maltratan a
una mujer, me están maltratando también a mí, nos maltratan a todos, pero aún no
lo vemos así. Salvo excepciones, cuesta actuar.
Prevenir, prevenir y prevenir con
formación, detección y protección es la única salida. Debe hacerse en todos los
grupos de edad y en todas la direcciones que expertos y técnicos estimen
pertinentes.
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Mujer Oriental, E. Saporetti |