jueves, 14 de agosto de 2025

Desde la impotencia de un bloguero de pueblo

Foto de Greenpeace

No. No pretendo decir que en España vaya casi todo mal. Ni lo pretendo, ni lo quiero. Ya sabemos que generalizar no está bien, pero… son tantos los dolores, los motivos de preocupación, las decepciones, los bulos que el poder lanza, los enfrentamientos interesados, la desidia, la falta de formación y de información, la repetición continua de errores, la falta de diálogo, etc., que —aunque no sirva para mucho— eliges emplear una parte de tu tiempo en hacer un repaso de temas concretos, causantes de un desaliento triste y desesperanzado.

          Paradojicamente, en el fondo, albergas la esperanza de que al escribir, se afloje la congoja que te invade y mejore el estado de los temas que inciden en tus preocupaciones, pero presientes que eso no será del todo cierto y que la oscuridad se comerá buena parte de la luz.

          España arde como todos los veranos. Arde mucho y bien desde hace demasiado tiempo. Como todos los veranos, los políticos de guardia y de turno pretenden apagar los fuegos —escribo políticos y fuegos en plural intencionadamente— con palabras, como si las palabras tuvieran el mágico poder de exterminar las llamas. ¿Acaso ignora la clase política que las palabras se las lleva el viento y el viento aviva brasas y llamaradas? Estoy de acuerdo con Henry Ford cuando dijo que “la mayoría de las personas gastan más tiempo y energía en hablar de los problemas que en afrontarlos”.

          En el verano del 2022, la Sierra de la Culebra, al noroeste de la provincia de Zamora, se incendió dos veces. Murieron cuatro personas. Varias sufrieron heridas. La superficie afectada por los incendios sumó más de 65.000 hectáreas. Esta mañana, en la radio, he oído las declaraciones que hicieron hace tres años Pedro Sánchez y Mañueco —uno primer ministro de España y el otro presidente de la Junta de Castilla y León—. Se podría decir que son declaraciones estándar: lo mismo las podemos aplicar a lo ocurrido hace tres años que a lo que está ocurriendo en Zamora hoy. ¡La situación de tragedia natural causada por el fuego se repite una y otra vez! ¿Qué han hecho –ambos siguen mandando- para evitar tanta repetición? Para colmo, en medio de la hoguera real zamorana, aparece el ministro Puente —podría cambiarse el nombre por el de ministro Muro— para acusar a Mañueco de estar de fiesta durante los incendios, escondiendo —sin habilidad— que Pedro Sánchez, con España quemándose por los cuatro costados (Extremadura, Galicia, Asturias, Madrid, Castilla la Mancha, Castilla y León, etc.), sigue enclaustrado en la residencia oficial de Lanzarote. ¡Ya conocemos cómo se separa y lo separan de situaciones problemáticas!

          Lo primero y fundamental, lo racional, debería ser la unión de todos para apagar el fuego. Trabajar juntos. Luego vendría la etapa de investigación: enterarse bien de qué lo produjo y cómo se actuó. En tercer lugar, arribaría la crítica y la exigencia de explicaciones y responsabilidades. En España, por perversos intereses que nada tienen que ver con el bien común, nos están acostumbrando a colocar el carro delante de los bueyes y, claro, el carro —que es España— no avanza. ¡Una pena! Podemos alardear de macroeconomía, subida de la bolsa y de millones de turistas, pero nos estamos cargando la convivencia, las instituciones, al país y a la naturaleza. La soberbia manda sobre la ética social y cotidiana.

          ¿Por qué el gobierno de España y las CC.AA. tienen abandonado al medio rural? ¿Por qué prefieren culparse unos a otros en vez de tomar cartas en este asunto? ¿Para cuándo una estrategia nacional para la gestión de bosques y de montes? Tanta protección del medio ambiente y el mundo forestal está desatendido: Cortafuegos preñados de maleza, montes que no se limpian, las cuadrillas escasas… Ciertamente las últimas lluvias fueron cuantiosas y aumentaron mucho la masa combustible natural, pero no me cansaré de repetir que los incendios se apagan en invierno y que se necesita una política forestal permanente, todo el año. ¡A los bosques no se puede ir de visita! ¡¡¡Hay que vivir en ellos y para ellos! La naturaleza está cansada de palabras y la ciudadanía también. No se trata tanto de reaccionar con rapidez ante un accidente o una catástrofe —acción importantísima y necesaria—, sino de simplemente prevenir. Siempre será preferible prevenir que curar, pero con la mirada cortoplacista y electoral de buena parte de la clase política, todo saldrá peor. El caso es que, entre la falta de acuerdo político, los abundantes chiflados pirómanos, la ausencia de campañas de concienciación y los vaivenes del cambio climático, grandes zonas de España se están convirtiendo en un erial. Por cierto que, pegarle fuego al monte no es el cambio climático y una política forestal centrada en montes y bosques frenaría sus dañinos efectos. A menor número de árboles, más cambio climático. El hombre, la humanidad no puede vivir castigando a la naturaleza

          Los incendios en el medio natural dan pie a hablar del corto incendio —afortunadamente— de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Tras su extinción, por la genial actual de los bomberos de Córdoba, tengo que decir que no me gustó nada ver una foto del señor alcalde con los bomberos y el señor obispo. Tampoco me ha gustado la reacción de la izquierda hablando —antes de tiempo— de quién iba a pagar los daños, las causas del incendio, la propiedad del monumento, la intervención de la Unesco, etc., etc. Creo que mezclar todo eso no es bueno. Hacer populismo barato con un pequeño incendio de un monumento como la universal Mezquita-Catedral es, para mí, absurdo y me repele quien de entrada se aprovecha del suceso. Primero, apagar; segundo, investigar causas y tomar medidas para que no vuelva a ocurrir; y tercero, si se tiene a bien, criticar y exigir responsabilidades. Llegado aquí, hay que decir que, si la causa fue una barredora que cargaba la batería en una capilla, lo consideramos un error. Una capilla no debe ser almacén de nada. Solo debiera de albergar oraciones y arte. Un monumento como la Mezquita-Catedral, en su totalidad, tiene que tener un detallado plan de seguridad y valorar el más mínimo riesgo. De todas formas, estas cosas pasan: la deslumbrante Francia aún no conoce la razón del fuego que en abril del 2019 destruyó por completo Notre-Dame y en enero de 1994 el soplete de unos trabajadores que mejoraban el sistema contra incendios arrasó el teatro del Liceo en Barcelona en pocas horas. No fue menor el incendio del Palacio de Westminster, en 1834, ocasionado por la quema de unos palos utilizados para contar, o el del 2 de septiembre de 2018, en Brasil, que destruyó casi por completo el Museo Nacional y la mayor parte de su valiosa colección reunida en más de 200 años de historia. En Córdoba, toda la ciudad recuerda con estupor los gravísimos daños que ocasionó el incendio del 29 de enero de 1978 de la Iglesia de la Merced, en la sede de la Diputación. El recuerdo de todos estos sucesos debiera profundizar en las medidas de seguridad de una joya como la Mezquita.

          En este 2025, detecto síntomas de pesimismo en esta España nuestra. No me quiero dejar arrastrar, pero hay que estar muy ciego para no ver los 1667 billones de euros de deuda pública (103’5% del PIB), las reiteradas y continuas cesiones de todo tipo a los independentistas, la utilización de las instituciones en beneficio personal, la percepción de un estado cada vez más débil, la lentitud e ineficacia de la Administración, las periódicas corrupciones de partidos y gobiernos, la incapacidad del sistema para reducir la violencia contra las mujeres, la escasez de mano de obra mientras contamos con tres millones de parados, los aforamientos de refinados sinvergüenzas, la casi nula oferta de viviendas para la gente joven, el trato inadecuado a los emigrantes, las tremendas listas de espera en la sanidad, el acoso gubernamental a la administración de justicia, el nulo diálogo entre gobierno y oposición, el aumento de la pobreza infantil, el cierto aislamiento del gobierno por sus roces con EE.UU., etc. etc… me llevan a concluir que España es un país en decadencia política, moral y social.

          Un país que pega o amenaza a sus sanitarios, un país que avanza en su autodestrucción, un país que pega o amenaza a sus maestros y mata a sus mujeres, un país que pega fuego a sus paisajes naturales y contamina sus acuíferos, un país que no apuesta por sus jóvenes y por sus niños, un país que no respeta a sus jueces, un país que “toquetea” demasiado a sus fuerzas y cuerpos de seguridad… es un país llamado a desaparecer.

          Nunca fui partidario de esta frase de Groucho Marx, pero la dejo como reflexión: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. ¡Cuánto me gustaría que Groucho estuviera equivocado!