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Foto de Greenpeace |
No. No pretendo decir
que en España vaya casi todo mal. Ni lo pretendo, ni lo quiero. Ya sabemos que
generalizar no está bien, pero… son tantos los dolores, los motivos de
preocupación, las decepciones, los bulos que el poder lanza, los
enfrentamientos interesados, la desidia, la falta de formación y de información,
la repetición continua de errores, la falta de diálogo, etc., que —aunque no
sirva para mucho— eliges emplear una parte de tu tiempo en hacer un repaso de
temas concretos, causantes de un desaliento triste y desesperanzado.
Paradojicamente, en el fondo, albergas la esperanza de
que al escribir, se afloje la congoja que te invade y mejore el estado de los
temas que inciden en tus preocupaciones, pero presientes que eso no será del
todo cierto y que la oscuridad se comerá buena parte de la luz.
España arde como todos los veranos.
Arde mucho y bien desde hace demasiado tiempo. Como todos los veranos, los
políticos de guardia y de turno pretenden apagar los fuegos —escribo políticos
y fuegos en plural intencionadamente— con palabras, como si las palabras
tuvieran el mágico poder de exterminar las llamas. ¿Acaso ignora la clase
política que las palabras se las lleva el viento y el viento aviva brasas y
llamaradas? Estoy de acuerdo con Henry Ford cuando dijo que “la mayoría de las
personas gastan más tiempo y energía en hablar de los problemas que en
afrontarlos”.
En el verano del 2022, la Sierra de la
Culebra, al noroeste de la provincia de Zamora, se incendió dos veces. Murieron
cuatro personas. Varias sufrieron heridas. La superficie afectada por los
incendios sumó más de 65.000 hectáreas. Esta mañana, en la radio, he oído las
declaraciones que hicieron hace tres años Pedro Sánchez y Mañueco —uno primer
ministro de España y el otro presidente de la Junta de Castilla y León—. Se
podría decir que son declaraciones estándar: lo mismo las podemos aplicar a lo
ocurrido hace tres años que a lo que está ocurriendo en Zamora hoy. ¡La
situación de tragedia natural causada por el fuego se repite una y otra vez!
¿Qué han hecho –ambos siguen mandando- para evitar tanta repetición? Para
colmo, en medio de la hoguera real zamorana, aparece el ministro Puente —podría
cambiarse el nombre por el de ministro Muro— para acusar a Mañueco de estar de
fiesta durante los incendios, escondiendo —sin habilidad— que Pedro Sánchez,
con España quemándose por los cuatro costados (Extremadura, Galicia, Asturias,
Madrid, Castilla la Mancha, Castilla y León, etc.), sigue enclaustrado en la
residencia oficial de Lanzarote. ¡Ya conocemos cómo se separa y lo separan de
situaciones problemáticas!
Lo primero y fundamental, lo racional,
debería ser la unión de todos para apagar el fuego. Trabajar juntos. Luego
vendría la etapa de investigación: enterarse bien de qué lo produjo y cómo se
actuó. En tercer lugar, arribaría la crítica y la exigencia de explicaciones y responsabilidades.
En España, por perversos intereses que nada tienen que ver con el bien común,
nos están acostumbrando a colocar el carro delante de los bueyes y, claro, el
carro —que es España— no avanza. ¡Una pena! Podemos alardear de macroeconomía,
subida de la bolsa y de millones de turistas, pero nos estamos cargando la
convivencia, las instituciones, al país y a la naturaleza. La soberbia manda
sobre la ética social y cotidiana.
¿Por qué el gobierno de España y las
CC.AA. tienen abandonado al medio rural? ¿Por qué prefieren culparse unos a
otros en vez de tomar cartas en este asunto? ¿Para cuándo una estrategia
nacional para la gestión de bosques y de montes? Tanta protección del medio
ambiente y el mundo forestal está desatendido: Cortafuegos preñados de maleza,
montes que no se limpian, las cuadrillas escasas… Ciertamente las últimas
lluvias fueron cuantiosas y aumentaron mucho la masa combustible natural, pero
no me cansaré de repetir que los incendios se apagan en invierno y que se
necesita una política forestal permanente, todo el año. ¡A los bosques no se
puede ir de visita! ¡¡¡Hay que vivir en ellos y para ellos! La naturaleza está
cansada de palabras y la ciudadanía también. No se trata tanto de reaccionar
con rapidez ante un accidente o una catástrofe —acción importantísima y
necesaria—, sino de simplemente prevenir. Siempre será preferible prevenir que
curar, pero con la mirada cortoplacista y electoral de buena parte de la clase
política, todo saldrá peor. El caso es que, entre la falta de acuerdo político,
los abundantes chiflados pirómanos, la ausencia de campañas de concienciación y
los vaivenes del cambio climático, grandes zonas de España se están
convirtiendo en un erial. Por cierto que, pegarle fuego al monte no es el cambio climático y una política forestal centrada en montes y bosques frenaría sus dañinos efectos. A menor número de árboles, más cambio climático. El hombre, la humanidad no puede vivir castigando a la naturaleza
Los incendios en el medio natural dan
pie a hablar del corto incendio —afortunadamente— de la Mezquita-Catedral de
Córdoba. Tras su extinción, por la genial actual de los bomberos de Córdoba,
tengo que decir que no me gustó nada ver una foto del señor alcalde con los
bomberos y el señor obispo. Tampoco me ha gustado la reacción de la izquierda
hablando —antes de tiempo— de quién iba a pagar los daños, las causas del
incendio, la propiedad del monumento, la intervención de la Unesco, etc., etc.
Creo que mezclar todo eso no es bueno. Hacer populismo barato con un pequeño
incendio de un monumento como la universal Mezquita-Catedral es, para mí,
absurdo y me repele quien de entrada se aprovecha del suceso. Primero, apagar;
segundo, investigar causas y tomar medidas para que no vuelva a ocurrir; y
tercero, si se tiene a bien, criticar y exigir responsabilidades. Llegado aquí,
hay que decir que, si la causa fue una barredora que cargaba la batería en una
capilla, lo consideramos un error. Una capilla no debe ser almacén de nada. Solo debiera de albergar oraciones y arte. Un
monumento como la Mezquita-Catedral, en su totalidad, tiene que tener un
detallado plan de seguridad y valorar el más mínimo riesgo. De todas formas, estas
cosas pasan: la deslumbrante Francia aún no conoce la razón del fuego que en
abril del 2019 destruyó por completo Notre-Dame y en enero de 1994 el soplete
de unos trabajadores que mejoraban el sistema contra incendios arrasó el teatro
del Liceo en Barcelona en pocas horas. No fue menor el incendio del Palacio de
Westminster, en 1834, ocasionado por la quema de unos palos utilizados para
contar, o el del 2 de septiembre de 2018, en Brasil, que destruyó casi por
completo el Museo Nacional y la mayor parte de su valiosa colección reunida en
más de 200 años de historia. En Córdoba, toda la ciudad recuerda con estupor
los gravísimos daños que ocasionó el incendio del 29 de enero de 1978 de la
Iglesia de la Merced, en la sede de la Diputación. El recuerdo de todos estos
sucesos debiera profundizar en las medidas de seguridad de una joya como la
Mezquita.
En este 2025, detecto síntomas de pesimismo
en esta España nuestra. No me quiero dejar arrastrar, pero hay que estar muy
ciego para no ver los 1667 billones de euros de deuda pública (103’5% del PIB),
las reiteradas y continuas cesiones de todo tipo a los independentistas, la
utilización de las instituciones en beneficio personal, la percepción de un
estado cada vez más débil, la lentitud e ineficacia de la Administración, las
periódicas corrupciones de partidos y gobiernos, la incapacidad del sistema
para reducir la violencia contra las mujeres, la escasez de mano de obra
mientras contamos con tres millones de parados, los aforamientos de refinados
sinvergüenzas, la casi nula oferta de viviendas para la gente joven, el trato
inadecuado a los emigrantes, las tremendas listas de espera en la sanidad, el
acoso gubernamental a la administración de justicia, el nulo diálogo entre
gobierno y oposición, el aumento de la pobreza infantil, el cierto aislamiento del gobierno por sus roces con EE.UU., etc. etc… me llevan a
concluir que España es un país en decadencia política, moral y social.
Un país que pega o amenaza a sus
sanitarios, un país que avanza en su autodestrucción, un país que pega o
amenaza a sus maestros y mata a sus mujeres, un país que pega fuego a sus
paisajes naturales y contamina sus acuíferos, un país que no apuesta por sus
jóvenes y por sus niños, un país que no respeta a sus jueces, un país que
“toquetea” demasiado a sus fuerzas y cuerpos de seguridad… es un país llamado a
desaparecer.
Nunca fui partidario de esta frase de
Groucho Marx, pero la dejo como reflexión: “La política es el arte de buscar
problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los
remedios equivocados”. ¡Cuánto me gustaría que Groucho estuviera equivocado!