viernes, 7 de octubre de 2022

Esperanza versus la desazón


 

Entre tontos y locos, ambiciosos y listos, todos emborrizados por una fuerte envidia y competitividad, acabaremos mal. La incoherencia es una distopía –tener cintura política, le dicen ahora- que sustenta el poder basado en la codicia personal y en la tendencia al control absoluto. Hoy la ciudadanía se ha convertido en presa apetitosa de insaciables políticos, de entidades bancarias, de multinacionales y de redes sociales. Todos, sin excepción, así lo vivo yo, se han convertido en perros de presa para los ciudadanos, con el peligro de que ocultan su agresión en un marketing de caras guapas, de bienestar del prójimo, de un relax colectivo y una falta de reflexión que narcotiza más que unas tabletas de orfidal. Nunca jamás se ocupó tanta gente de decirnos como hemos de vivir y lo que tenemos que hacer: “Yo pensaré por ti. Tú déjate llevar y disfruta. Yo sé lo que te conviene”.

Estamos rodeados de varios papeles absorbentes que intentan disecar nuestra voluntad. Su totalitarismo es tal que, si pudieran, nos colocarían dos o tres microchips para teledirigirnos.

Resulta increíble como todo oscila alrededor de nuestro voto o de nuestro dinero. La persona es valorada y clasificada por sus ideas políticas o por la pasta que tiene. Así nos catalogan de facha o progresista y de ricos o pobres o la enorme mentira de la clase media trabajadora. ¡Apañados estamos! Criticar, no coincidir, aunque sea constructiva y razonadamente, nos convierte en traidores y poco patriotas.

De esa necesidad de controlarnos nace la necesidad de saber de nosotros, sean hobbies, datos sobre nuestra salud, temas del medio ambiente, o lo que piensas de la Guerra Civil o los Reyes Católicos. Conocerte para manipularte es lo que les interesa. Las redes sociales les han venido como anillo al dedo. Estadísticas, analistas y comunicadores, incluidos personas y ordenadores (big data), son inseparables del poder político, social o económico. Se trata de torcer la voluntad sin que nos demos cuenta, hacer lo malo bueno, comprar lo innecesario, votar al que nos digan aunque nos perjudique y festejar a san hedón y lo que de ahí se derive 365 días al año. Esas son las pautas diarias que nos hacen llegar. La persona con inquietudes u opiniones diferentes a “las oficiales” está condenada al machacamiento por los que se consideran poseedores de la verdad. ¡ Demasiada soberbia!

Cuantos Quinteros, que en paz descanse, harían falta para quebrar tanto acoso, tanta desconsideración, tanta ignorancia, tanto aprovechado y tanto despropósito. Han sido muchos los que admiraron al onubense pero pocos los que han hecho caso de sus valores y observaciones. ¡Qué pena que un maestro como él no creara escuela!

De todas formas siempre nos quedarán los libros, la amistad, el canto de los pájaros y el rugir de un volcán a modo de protesta de la Tierra. Siempre estarán las flores frente a burdas mentiras vestidas con billetes; siempre se moverán las olas de los mares frente a un político sectario o ladrón y lo harán naufragar; siempre habrá yerbabuena para una buena sopa frente a la usura de un pérfido banquero y las abejas seguirán dando cera y miel aunque las multinacionales hayan convertido la Tierra en un gigamercado. Y por los pueblos, cada vez más vacíos, sin niños, sin escuelas ni médico ni cura, la sabiduría popular seguirá salvando a la universidad de su envanecimiento y la verdad y la democracia serán patrimonio de todos ... y habrá periodistas críticos, filósofos éticos y científicos rigurosos que no se venderán al mejor postor y los abuelos darán mimo a sus nietos y opinar no conllevará convencer ni discutir, solamente escuchar y aprender… y el Sol seguirá alumbrando después de una tormenta … porque los hombres y las mujeres no se van a dejar meter en la jaula dorada del silencio comprado. Por fortuna nuestra naturaleza no es un animal doméstico. Más bien me recuerda a un cóndor que se eleva, a un potrillo salvaje que se escapa, a un desierto que avanza poderoso o a un mar embravecido al que no se le pueden poner puertas. Al menos esa es mi esperanza y no la voy a despeñar. Seguimos.



domingo, 2 de octubre de 2022

Tierra de nadie


Siguiendo con la estela de la reconciliación, de la generosa etapa de la Transición (1975-1982), de la sana y plural convivencia, del perdonar y olvidar que defendió mi abuela y de que la bondad y la maldad floreció en los dos bandos que se enfrentaron, damos cuenta hoy del título “Tierra de nadie”: Otra manera de contar la Guerra Civil de Fernando Ballano, con el prólogo de Juan Eslava Galán (Arzalia ediciones, 2021).

               Se trata de una obra muy documentada donde el enfoque es lo común. El autor ha indagado hasta la saciedad para encontrar aquellos aspectos, situaciones y circunstancias que se repitieron en los dos bandos y casos en los que se pusieron de acuerdo: así la lealtad geográfica fue frecuente, es decir, la gente combatió a favor de unos porque, cuando ocurrió la sublevación, vivía en zona A aunque su pensamiento fuera de la zona B. En ocasiones, esa lealtad fue obligada. La comunicación inter-trincheras se dio en multitud de sitios y a lo largo de toda la guerra: unos y otros le preguntaban a los de enfrente por familiares y amigos; a veces cantaban canciones juntos después o antes de un feroz tiroteo. Los intercambios de comida, tabaco, prensa, favores etc desafiando a los respectivos jefes formaban parte de lo cotidiano.

               De lo común también formó parte que el enemigo estaba en el propio bando debido a diferentes facciones e ideologías que se disputaban el control de determinadas carreteras, ciudades o pueblos. Ambos bandos sufrieron lo indecible, padecieron enfermedades, plagas, tuvieron miedo, hambre frío, soledad, …

               Rojos y azules, azules y rojos, tuvieron desertores, jefes sinvergüenzas y honrados, intentos de suicidios, héroes que derrocharon vida y hacienda por una España mejor, … en ambos bandos hubo miembros de la misma familia que se enfrentaron hasta el final. En uno y otro lado hubo enchufes y enchufados que se salvaron por amistad, amor o vaya usted a saber. Los chivatos eran multitud en las dos partes y muchos actuaron por venganza, envidia, celos o por dinero. También hubo gente de un bando que intercedió por presos o represaliados del otro.

               Es un libro repleto de detalles de humanidad, de la gente de abajo – personas llanas y sencillas- que padecieron las decisiones de los de arriba, fueran militares o políticos. Su lectura te cambia la visión de una contienda que fue desastrosa para todos. Es una perspectiva alejada de los grandes personajes que quedan fascinados por su propia soberbia y por pasar a los libros de historia.

               Sin despreciar la historia, para nada, basada en hechos y documentos contrastados, escrita por historiadores que se interesan por la verdad, personalmente me gustan este tipo de trabajos que aproximan personas y posturas. Son relatos, recopilaciones para la esperanza. Considero absurdo que nuestros padres y abuelos se perdonaran, u olvidaran, deudas, ofensas y delitos y los hijos y nietos sigamos recordando lo malos que fueron unos y lo buenísimos que fueron los otros, cuando todos sabemos que en todos los hornos se cocieron panes y penas de todos los colores.

               Estoy de acuerdo con “ni un muerto de la guerra en ningún otro sitio que no sea un cementerio, si la familia así lo determina”. La casa natural de los muertos es y debe ser la que siempre lo ha sido: el cementerio. Por cierto que aprovecho para reclamar, con la tranquilidad necesaria, que en todos los cementerios haya una zona civil, laica, y otra religiosa. Nadie puede imponer a nadie donde ni cómo se entierran sus difuntos. Y si la parte religiosa se tiene que dividir en tres o cuatro zonas, hágase.

La pena es que todavía algunos –los hay a derecha y a izquierda- después de más de ochenta años que se acabó la guerra, no quieren olvidar y se alimentan de un odio desfasado y del enfrentamiento. Utilizar aún la Guerra Civil como arma arrojadiza en unas elecciones me parece insensato e inmoral ¿Hasta cuándo y por qué? … no dejo de preguntarme.

Si en plena guerra civil las situaciones de confraternización entre españoles de los dos bandos se contaron por decenas de millares, en ocasiones desafiando a sus respectivos jefes, ¿por qué ahora personas que viven instalados en el bienestar, no vivieron aquello, tienen formación, etc, etc, se empeñan en enfrentarnos y cocinan la semilla del odio en sus entrañas para sembrarlas en la sociedad?

¡¡¡ Mi mayor desprecio ante esas actitudes, vengan de dónde vengan!!!






Si en plena guerra civil