Siguiendo con la estela de la reconciliación, de la generosa etapa de la Transición (1975-1982), de la sana y plural convivencia, del perdonar y olvidar que defendió mi abuela y de que la bondad y la maldad floreció en los dos bandos que se enfrentaron, damos cuenta hoy del título “Tierra de nadie”: Otra manera de contar la Guerra Civil de Fernando Ballano, con el prólogo de Juan Eslava Galán (Arzalia ediciones, 2021).
Se
trata de una obra muy documentada donde el enfoque es lo común. El autor ha
indagado hasta la saciedad para encontrar aquellos aspectos, situaciones y
circunstancias que se repitieron en los dos bandos y casos en los que se
pusieron de acuerdo: así la lealtad geográfica fue frecuente, es decir, la
gente combatió a favor de unos porque, cuando ocurrió la sublevación, vivía en
zona A aunque su pensamiento fuera de la zona B. En ocasiones, esa lealtad fue
obligada. La comunicación inter-trincheras se dio en multitud de sitios y a lo
largo de toda la guerra: unos y otros le preguntaban a los de enfrente por
familiares y amigos; a veces cantaban canciones juntos después o antes de un
feroz tiroteo. Los intercambios de comida, tabaco, prensa, favores etc
desafiando a los respectivos jefes formaban parte de lo cotidiano.
De
lo común también formó parte que el enemigo estaba en el propio bando debido a
diferentes facciones e ideologías que se disputaban el control de determinadas
carreteras, ciudades o pueblos. Ambos bandos sufrieron lo indecible, padecieron
enfermedades, plagas, tuvieron miedo, hambre frío, soledad, …
Rojos
y azules, azules y rojos, tuvieron desertores, jefes sinvergüenzas y honrados,
intentos de suicidios, héroes que derrocharon vida y hacienda por una España
mejor, … en ambos bandos hubo miembros de la misma familia que se enfrentaron
hasta el final. En uno y otro lado hubo enchufes y enchufados que se salvaron
por amistad, amor o vaya usted a saber. Los chivatos eran multitud en las dos
partes y muchos actuaron por venganza, envidia, celos o por dinero. También
hubo gente de un bando que intercedió por presos o represaliados del otro.
Es
un libro repleto de detalles de humanidad, de la gente de abajo – personas llanas
y sencillas- que padecieron las decisiones de los de arriba, fueran militares o
políticos. Su lectura te cambia la visión de una contienda que fue desastrosa
para todos. Es una perspectiva alejada de los grandes personajes que quedan
fascinados por su propia soberbia y por pasar a los libros de historia.
Sin
despreciar la historia, para nada, basada en hechos y documentos contrastados, escrita
por historiadores que se interesan por la verdad, personalmente me gustan este
tipo de trabajos que aproximan personas y posturas. Son relatos, recopilaciones
para la esperanza. Considero absurdo que nuestros padres y abuelos se
perdonaran, u olvidaran, deudas, ofensas y delitos y los hijos y nietos sigamos
recordando lo malos que fueron unos y lo buenísimos que fueron los otros,
cuando todos sabemos que en todos los hornos se cocieron panes y penas de todos
los colores.
Estoy
de acuerdo con “ni un muerto de la guerra en ningún otro sitio que no sea un
cementerio, si la familia así lo determina”. La casa natural de los muertos es
y debe ser la que siempre lo ha sido: el cementerio. Por cierto que aprovecho
para reclamar, con la tranquilidad necesaria, que en todos los cementerios haya
una zona civil, laica, y otra religiosa. Nadie puede imponer a nadie donde ni
cómo se entierran sus difuntos. Y si la parte religiosa se tiene que dividir en
tres o cuatro zonas, hágase.
La pena es que todavía algunos
–los hay a derecha y a izquierda- después de más de ochenta años que se acabó
la guerra, no quieren olvidar y se alimentan de un odio desfasado y del enfrentamiento.
Utilizar aún la Guerra Civil como arma arrojadiza en unas elecciones me parece
insensato e inmoral ¿Hasta cuándo y por qué? … no dejo de preguntarme.
Si en plena guerra civil las situaciones de confraternización entre españoles de los dos bandos se contaron por decenas de millares, en ocasiones desafiando a sus respectivos jefes, ¿por qué ahora personas que viven instalados en el bienestar, no vivieron aquello, tienen formación, etc, etc, se empeñan en enfrentarnos y cocinan la semilla del odio en sus entrañas para sembrarlas en la sociedad?
¡¡¡ Mi mayor desprecio ante esas actitudes, vengan de dónde vengan!!!
Si en plena guerra civil
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