Los valores no tienen precio |
Los valores son ideas que sirven de motor y referencias a los comportamientos en el mundo y como guía a las instituciones y a las personas. Dentro de la banda de sus sinónimos podemos incluir los significados de ideales, principios, convicciones, fundamentos, etc.
Así
son valores la tolerancia, la capacidad de escuchar, la solidaridad, el respeto
a las opiniones de los demás, los deseos de paz, la capacidad de perdonar,
guardar secretos, servir a la ciudadanía, el respeto al medio ambiente, la
capacidad de acordar con otros y muchos más que la humanidad ha desarrollado a
lo largo de su existencia.
Los
valores unen y separan, se transmiten por la palabra y los hechos, conducen la
conducta humana y, como todo lo que pasa por la mente, pueden generar polémicas
y discusiones. También acuerdos que, compartidos, rinden enormes beneficios.
Nada tienen que ver con los intereses y deberían prevalecer ante las duras y
las maduras. Tampoco pueden estar sujetos a una moral de la ocasión. Los buenos
valores, los valores que merecen la pena, van indefectiblemente unidos a la Declaración
de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, como un ideal común para todos los
pueblos y naciones. Su conexión es la prueba del algodón. Las líneas fronterizas
suelen ser claras, aunque existen matices: ante la pena capital, por ejemplo,
no se puede uno plantear la solidaridad con el reo o con el pelotón de soldados
que apuntan. Ese falso dilema está resuelto: Por encima de solidaridades está
el derecho a la vida. Por su actualidad, podríamos decir que nadie tiene
derecho a la guerra, aunque sí a su legítima defensa. La guerra es la mayor
distopia que hemos conocido donde derechos y valores saltan en pedazos a cada
instante.
Lo cierto es que en el maremágnum de situaciones que ocurren en la vida, los valores se desarrollan y aplican en un contexto. Y ese contexto, esas condiciones que nos rodean, son determinantes para precisar su vileza o su filantropía. Por ejemplo, la solidaridad, entendida como el apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, se puede interpretar como algo bueno, pero solidarizarse con hechos o intenciones de una banda de asesinos, o un grupo de corruptos, no parece correcto en una sociedad que se dice democrática y que debiera buscar la ética como referencia de sus actuaciones. Cosa muy diferente es ser solidario con el hambre en el mundo o con los emigrantes que llegan en patera, hambrientos, heridos o ateridos, en busca de un futuro.
Tenemos
que admitir que no siempre todo es nítido: hay solidaridades proguerras y antiguerras,
a favor de los toros (espectáculo) y en su contra, proaborto y antiaborto, …
Todos estos apoyos incondicionales tienen su cara y cruz y ponerse de canto,
entiéndase de lado, de perfil. En el papel, en el diccionario, el concepto es
el mismo pero su praxis tiene toda una gama de comportamientos, con frecuencia
contrarios y alguno hasta perverso. Cada uno debe evaluar de qué lado se
pone.
¿Se puede ser tolerante con una
persona o institución que nos roba o nos miente? ¿Se deben respetar las
opiniones de un maltratador o de gente que acosa? ¿Cómo comportarse ante el
autoritarismo y la demagogia de un dictador? ¿Y con un cargo público que
utiliza lo ídem para su beneficio propio? ¿Se puede tolerar el egoísmo de los
egoístas o la soberbia de los soberbios? ¿Qué podemos decir de los
manipuladores? El problema, no menor, radica en quién etiqueta al soberbio, al dictador,
al insolidario, al maltratador, al egoísta o al que acosa.
Es ahí donde entran en juego los
valores, los derechos humanos y su práctica. Desde mi punto de vista a los
valores no se les puede dejar solos. Tampoco a los científicos ni a los
políticos ni a los jueces ni a los ejércitos. Al lado de cada sector, de cada
valor, hay una responsabilidad individual y colectiva, responsabilidad que no
deberíamos de eludir. No solo hay que participar, tenemos que exigir. Creo en
esa aureola invisible y colectiva que distingue y reúne a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad. Un impulso marca, quince llaman la atención y unos
centenares determinan. Siempre pensé que abunda más la buena gente que los
malvados, pero es que estos últimos, aunque en menor cantidad, se notan mucho.
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