El polivalente ser humano está hecho, entre otras
cosas, para observar. Mediante la observación y la experiencia vamos acumulando
datos en nuestro cerebro que, de forma inevitable y como un espejo bioquímico,
compara con lo almacenado. De ahí surgen las opiniones, los comentarios, los
argumentos y – a veces- el inexcusable debate.
Normalmente, las ideas con las que coincidimos generan
bienestar y seguridad, pero las que no concuerdan con nuestros pensamientos
previos provocan un especial chasquido mental. Así se acumulan imágenes u
opiniones de situaciones, entidades o personas y que de alguna forma
desequilibran. Ese desequilibrio nos impulsa a plasmarlas por escrito o a comentarlas.
Ambas son expresiones de un desahogo.
Últimamente, me parece fatal el descomunal marketing
que se observa en la política española. Todo es envoltorio, imagen, estética,
escenario. Todo es campaña electoral. Asesores y políticos están en modo operación elecciones…¡Suenan tan
falsos….! Evitan los verdaderos problemas de la gente[1],
charcos para ellos, no vayan a manchar su imagen con alguna salpicadura.
Entrevistas prohibidas. Son más cómodos los mítines. Sobre debates, ya
hablaremos cuando controlen desde el primer foco a la última pregunta, pasando
por el tiempo de respuesta y el número de primeros planos. Las campañas se
convierten así en una representación inverosímil y disparatada donde la
realidad brilla por su ausencia. Lo peor de todo es que, en muchos casos, toda
esa artificialidad funciona a pesar de tratarse de un desenfoque premeditado y
alevoso.
La irrupción de las redes sociales han roto por
completo las pocas fronteras que
quedaban en el planeta, considerado ahora como una aldea global. Es cierto que
la comunicación se ha universalizado y eso está bien, pero las redes desvían la
atención sobre lo que realmente nos importa. Están llenas de vanalidades, de
mentiras, hacen perder un tiempo precioso y en palabras de Umberto Eco “les dan
espacio a legiones de idiotas”. Intentaremos quedarnos con la parte buena
aunque no se espera que mejoren en contenidos.
Otro extravío que ahora parece empezar a corregirse es
el del exceso de pantallas (móvil, PC, tablets, videojuegos…) pues resulta que
los gurús digitales llevan a sus hijos a escuelas donde la tiza es la reina y
las pizarras tradicionales han sustituido a las digitales. Los ordenadores ya
no sirven para edades tempranas y es mejor el lápiz y un cuaderno de papel. Los
protagonistas son los maestros y los niños con los recursos de los años sesenta
(1960). El desarrollo personal de los alumnos pasa, ahora, por dibujar una
imperfecta circunferencia y no por la perfecta redondez que se conseguiría con
un ordenador. Lo digital desaparece hasta la adolescencia. Los magnates de la
digitalización luchan ahora contra sus propios equipos de ingenieros y
psicólogos que diseñan tecnología para mantener a sus hijos enganchados.
Desaguisados, desatinos, despropósitos, insensateces…,
es por eso que, en mi opinión, estamos condenados a elegir: Entre una escuela
centrada en la burocracia y en los temarios y otra que lo haga en la vida de
los alumnos; entre religiones muy restringidas por dogmas y doctrinas y otras
que se preocupen por el día a día de las personas; padres y madres deberán
optar entre ser padres multitarea - no ejerciendo como tales ante unos
superocupados hijos - o tener todos más tiempo libre y compartirlo; para los
medios de comunicación la cosa se resuelve escogiendo entre opinar o informar y
prescindir o no del índice de audiencia; los bancos y las empresas parecen
tenerlo claro pues el dinero se antepone, con cierta crueldad, a hombres y mujeres
y también los indepes catalanistas victimistas, afectados de xantopsia grave, que
piensan que el arco iris es monocolor. ¿Qué tal si la Moncloa y el BOE dejan de
utilizarse como oficina de lanzamiento electoral del partido que gobierna?. ¿Se
pueden olvidar las veleidades del PSOE con los supremacistas catalanes?. Habrá
que elegir. Todo lo anterior no me hace sentir muy bien. Más bien todo lo
contrario. Quizás por eso lo escribo.
No pretendo llevar razón, pero entre estas líneas
discurren mis principios. No estoy seguro del todo. Si no gustasen tengo otros,
pero me temo que se parecerán bastante a los expuestos.
[1] P.e.: Nada se habla de que la actividad económica cayó
5,7% en enero con respecto al mismo período del año anterior.
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