miércoles, 13 de octubre de 2021

Independentismo catalanista: ¿Por qué se debilita?

               Todos los once de septiembre Cataluña celebra su día, fiesta adjetivada como “La Diada”. De acuerdo con la Guardia Urbana, en 2017 esa fecha se manifestó en Barcelona un millón de personas y 350.000 según la Delegación del Gobierno. En el horizonte estaba el 1-O, fecha del referéndum de autodeterminación, indeterminación para muchos, constitucionalmente ilegal.

               Cuatro años más tarde, 2021, tiene lugar la primera movilización desde que estalló la pandemia coronavírica y el número de participantes ha quedado lejos de las cifras prepandémicas: los organizadores calculan los asistentes en unas 400.000 personas, mientras que la Guardia Urbana cifra en 108.000 los participantes. Al fondo se vislumbra una mesa de diálogo indefinido en cuanto a su duración y contenidos.

¿Qué ha pasado?

               Casi nunca hay una única razón. Lo complejo y la multiplicidad de variables es lo normal, y más en un asunto político - social. Resumir los más que intensos cuatro años del asunto catalanista en unas pocas líneas es ejercicio imposible, pero el esfuerzo puede aproximarnos al estado de ánimo actual. Estamos seguros de que, si no lo están ya, en un próximo futuro las librerías se llenarán de relatos más extensos con mayor profundidad y con todo lujo de detalles. Lo que sigue no deja de ser un intento sencillo y por tanto limitado.

               Lo primero que paró el mamporrazo independentista, a mi entender, fue la acción del criticado Gobierno de Rajoy, en la que incluyo el discurso de Felipe VI del día tres de octubre. Ante las declaraciones unilaterales de independencia [DUI] de Puigdemont primero – aunque dio marcha atrás con rapidez – y del Parlamento catalán después el 27 de octubre, el Gobierno de España aplicó el artículo 155 de la Constitución: suspendía la autonomía de Cataluña, destituyó a todo su gobierno y convocó elecciones autonómicas para el 21 de diciembre 2017. Rajoy fue al fondo del asunto: se ajustó a la legalidad. Según la Vanguardia, “A principios de noviembre se declaró la prisión incondicional sin fianza para Oriol Junqueras y siete de los exconsejeros del cesado gobierno de la Generalidad, a los que hay que sumar “los Jordis”, encarcelados desde el 16 de octubre”. Puigdemont, huido de la justicia española, se asentó en Bélgica.

               El procedimiento judicial seguido contra los encarcelados, por cierto de manera impecable y transparente, obligó a cierto stop de los líderes genuinos y tuvieron que salir a la palestra algunos secundarios.

               Tras la moción de censura a Rajoy, Sánchez es Presidente del Gobierno en junio de 1918. En noviembre de 2019 Sánchez gana las elecciones y acuerda un gobierno de coalición con Unidas Podemos: este acuerdo y las conversaciones con los nacionalistas catalanes y vascos modificó por completo el escenario y el mensaje electoral de Sánchez respecto del asunto independentista catalán. Sánchez necesitado del apoyo de ERC y del PNV ablandó su discurso hasta límites insospechados y sustituyó las formas por masajes políticos, evitó enfrentamientos y premió la colaboración de Ezquerra y PNV con privilegios y prebendas. Los presos siguieron en la cárcel pero en junio del 2019 se trasladaron a Cataluña, comunidad que tenía la competencia de gestionar prisiones desde 1983. Lo que los medios transmitieron del tiempo de prisión daba la impresión de un sistema carcelario blandito y un exceso de visitas y contactos. Desde la cárcel, los políticos presos catalanes intervinieron directamente en las decisiones políticas que se tomaron en Cataluña y en el Paseo de San Jerónimo.

Sánchez atacó las formas y suavizó de manera espectacular las relaciones con ERC y Junts, aunque siempre se entendió mejor con Junqueras que con los de Puigdemont. Visitas a Cataluña, halagos al pragmatismo, silencios bastante cómplices y acuerdos que terminaron concretando “Cataluña para Ezquerra y el resto de España para mí”, con la salvedad de Euskadi. El resto de comunidades autónomas se las reparten entre el PSOE y el PP y, en general, no presentan mayores problemas aunque de vez en cuando saltan agravios comparativos pues los nacionalistas siempre han sacado tajada legal extra, que no justa, a los gobiernos de la nación que han necesitado su apoyo. El estar organizados como partidos regionalistas y una ley electoral muy favorable ha generado una evidente desigualdad entre Cataluña, Euzkadi, Navarra y el resto de España.

               Los indultos del Gobierno Sánchez a los líderes encarcelados y el establecimiento de una mesa de diálogo - sine  die -entre los gobiernos catalán y español, aunque a muchos españoles no les ha gustado, hay que reconocer que han enfriado algunos ánimos y han quitado fuerza a los sectores independentistas y , en particular, a la gente de Ezquerra. Con todos los presos en la calle las dificultades han disminuido, aunque queda la patata caliente de un Puigdemont sin juzgar y con una euro-orden de detención.

               Otra de las razones por la que el separatismo catalanista está de vacas flacas es la enorme división que ha provocado la disparidad de criterios entre los partidarios de Junqueras y los de Puigdemont. Siempre hubo diferencias pero, con el paso del tiempo y tocando poder, ahora son abismales: roces continuos y choques frontales de ambiciones y estrategias de los catalanistas hacen que Pedro Sánchez se frote las manos y respire algo más tranquilo. Eso no quita que cada vez que Pedro necesita algo serio, como son ahora los presupuestos del 2022, eche mano de la cartera – dinero o competencias – y sume los apoyos necesarios del mundo indepe ya que con el PP – por desgracia y falta de capacidad política de ambos – el enfrentamiento raya los límites de calamidad mísera y nacional.

               Europa también forma parte del debilitamiento nacionalista. De una manera u otra Bruxelas nunca ha visto bien la independencia de Cataluña. Ya hay bastantes problemas con los miembros actuales para venir ahora con un aumento. A mi modo de ver da cal y arena y remite a que es un problema entre españoles y que se lo den arreglado. Esa es mi impresión. Ciertamente por países, la Administración de Justicia de Bélgica, Alemania, Francia e Italia han dado palos serios al sistema judicial español, pero como super – estructuras tanto el Consejo de Europa como el Parlamento Europeo han evitado tomar parte decisiva en el asunto de la independencia de Cataluña.

               En cualquier caso, en mi opinión, el embrollo legal de Puigdemont debería de causar cierto sonrojo a los máximos responsables europeos. Creo que esta Europa es una chapuza. Poner en entredicho al Tribunal Supremo español por parte de jueces europeos de segundo o tercer nivel no favorece a nadie: bueno si, a los enredadores, a los caros bufetes de abogados y a los que se la cogen con papel de fumar. Si somos reconocidos como un Estado de Derecho, democrático y miembro de la Unión, las euro –órdenes tienen que ser más eficaces. Europa tiene que aclararse en estos temas básicos si quiere subsistir en un futuro o desaparecerá como tal Unión. No tengo datos claros pero no descarto alguna maniobra entre Gobiernos para que Puigdemont sea extraditado “cuando convenga”.

               Una última razón, a mi entender, de la disminución del movimiento catalanista es el cansancio de la ciudadanía y el descubrir que la independencia seguramente no es lo mejor que le puede ocurrir a una región por muy rica que sea. Algunos se sienten engañados. Todo eso sin contar con media Cataluña que nunca lo vio claro y se declara catalana y española con la misma intensidad. Desde luego la vía unilateral conllevaría conflictos gigantescos en los ámbitos español e internacional de muy difícil solución y la vía pactada necesita tiempo y mucho consenso y sobre todo personas preparadas conocedoras de los nudos gordianos a desenredar, además de la voluntad política de las dos partes. Tampoco es asunto menor lo que piense el resto de España y los países miembros de la Unión Europea.

               Complicado y diabólico resolver este asunto en un mundo donde la globalización condiciona y gobierna.

              Una última consideración me lleva a describir a los nacionalismos como un virus que hiberna y que cualquier cambio social, político, legislativo o económico, por nimio que pudiera parecer, lo ponga de nuevo en circulación conducido por avispados políticos que han hecho con la emoción su paradigma y sus lemas para destruir y derrotar en lugar de construir y ponerse de acuerdo.

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