Laguna y lengua de Fjallsárlon. Glaciar Vatnajökull (junio 2023) |
Nunca imaginé que escribiría sobre
Islandia porque la conocía poco y jamás pensé en ir. Pero aquí estoy debido a
la ilusión, y al insistente sueño, de un buen Ángel amigo. Tras recorrerla, hemos podido comprobar que la isla está
compuesta por los cuatro elementos, constituyentes básicos de toda la materia
allá por los inicios de la ciencia: agua, tierra, fuego y aire. Soy consciente de que esa
simplicidad resulta falsa, pero los márgenes metafóricos que toda historia encierra, y más si es de un viaje, me lo permite y los uso. Agua por doquier en todos sus estados.
Campos sembrados con tierra de la Tierra fundida y enfriada. Fuego de un
interior incandescente que da miedo, pero que dominado lo tornan energía. Aire
limpio, siempre fresco, invisible, azotador. Molesto si sopla fuerte, silbante
cuando un objeto se interpone en su camino.
Una vez más, la realidad de lo
percibido y visto supera a la imaginación. Sabíamos que este era un viaje
único, mágico y fascinante, pero una cosa es pensarlo, ver sus imágenes por
internet y otra muy diferente vivirlo in situ.
La percepción que tengo de este
insular país es la de una tierra pobre y despoblada, inhóspita, sobre todo en
el norte, con muy escasos árboles y muchísima agua donde, a pesar de ser una
república, tienen por Reina a la Naturaleza. En sus 103.000 kilómetros
cuadrados viven 366.425 habitantes, [3.4 hab/km2], más de 600.000
ovejas, unos 80.000 caballos y 200 volcanes. En sus aguas, del Atlántico Norte,
habita el mejor bacalao del mundo y escurridizas ballenas convertidas –sin
saberlo- en estrellas de eventos de turistas. Por cierto que en algunos
restaurantes de Reikjavik, p.e. en el Sꬱgreifinn, en el puerto, se puede
degustar una especie de este cetáceo que aseguran no estar en peligro de
extinción. Quiere esto decir que estamos ante un país de mezclas: aqualandia,
con ovejilandia, más equinolandia y vulcanolandia. Un cóctel increíble que vas
saboreando conforme avanza el tiempo en días interminables de verano con más de
veinte horas de luz.
Su ámbito urbano, dependiendo del
tamaño de la población, ya sea pueblo o ciudad, es similar a las localidades de
Europa. “En el campo la vida es sencilla, junto a los animales y a la soledad,
en la belleza del verano y el frio helador del invierno, y entre las historias
de su gente, campesinos o ganaderos con poca tierra o con poco ganado, y de las
comarcas de alrededor”[1].
En los duros inviernos suele haber espantosas tormentas de nieve, precipitación
que te hace daño en la cara y no te deja ver. El frio y la oscuridad, son tan
intensos, que forman parte de ti. El viento lo complica mucho más. En primavera
y verano los intentos de alejar la luz corriendo las espesas y enlutadas
cortinas resultan baldíos, pues esta consigue sortearlas y los rayos de sol te
descubren el polvo en suspensión. Con frecuencia se necesita un antifaz.
La red de internet funciona
magníficamente bien. Tienes cobertura en cualquier rincón que visites, al menos
por la periferia. La vida en Islandia es cara, pero los islandeses tienen
buenos sueldos y mi percepción es que no falta de nada, aunque tampoco sobre
mucho. El salario mínimo en Islandia es de 368.000 coronas en bruto, unos 2.466
€. Nuestro euro equivale a 150 coronas islandesas y se utiliza la tarjeta como
sistema habitual de pago. Aceptan dólares USA y € pero el cambio te lo dan en
su moneda con el riesgo añadido de que cada establecimiento “hace sus cuentas”.
Un plato principal, bacalao o hamburguesa –con verduras y patatas fritas- ronda
los veinte-veinticinco euros. Un tercio de cerveza no baja de los nueve.
A favor del país hay que decir
que el sistema educativo islandés es uno de los más respetados del mundo, con
un 100 % de población alfabetizada. Toda la educación en Islandia es gratuita.
La sanidad es 100 % pública, pero no completamente gratuita. Un islandés debe
pagar el 15% de cualquier asistencia médica. Como dato negativo, a pesar de
disfrutar de un elevado estado de bienestar, el índice de suicidios, 2020, es
de 12’83 por cada 100.000 habitantes, por encima de la media mundial que es de
9’26. Será la poca luz, suelen decir. El índice de paro en abril del corriente era del 4% en hombres y del 2’5 % en mujeres.
El territorio tiene el “mapa partio” entre Europa y América,
aunque la conciencia nacional es evidente y está a flor de piel. Islandia es un
país verde, en el sentido más ecológico de la palabra, pero además es un verde
que se contagia. Si tu alma es algo verde,
después de una semana será verde del todo. El cuidado de la naturaleza es un
objetivo prioritario de la población. Al ver sus cascadas, sus hielos y sus
enormes campos de lava te das cuenta que lo artificial ocupa lo justo. Debido
al buen trato, los animales son confiados y la flora está protegida por simples
cuerdas que advierten no pisarla.
Me pregunto ¿Qué he sentido
durante una semana de viaje por Islandia?
Me he sentido seguro porque la
gente es muy respetuosa con lo ajeno a pesar de la escasa policía por la calle
y no tener ejército. He sentido una paz silenciosa paseando por el campo en
unos interminables atardeceres con mucha claridad. Islandia es un país que te
sorprende, ya sean sus cataratas, sus hielos, sus volcanes, sus desiertos
marcianos o sus geyseres. El silencio en Islandia suena de otra manera y la
sensación de plenitud te invade. Es tontería que ofrezcas resistencia.
He visto un país diferente de
gente que lo cuida. Personas tolerantes que tratan con respeto al personal.
Como pista y señal, la calle del Arcoiris de la capital –calle Skólavörᵭustígur-
lleva directo a la iglesia Hallgrimskirkja. Me ha dado la impresión de que el
trabajo allí es sagrado y está bien repartido. El sentimiento nacional se constata
por la repetida presencia de su bandera. Desde 1944, el 17 de junio, se celebra
el Día Nacional de Islandia para conmemorar la constitución oficial de la
República. En Reikjavik tuvimos ocasión de comprobarlo, hace una semana.
Por último, he pensado que Islandia es todavía una preciosa reserva natural que nos recuerda a una Tierra primitiva y salvaje. Sus cuatro grandes glaciares (Vatnajökull, sureste; Hofsjökull, centro; Lanjökull, centro-oeste y el Myrdalsjökull, al sur) deben de ser Patrimonio de la Humanidad. Las impresionantes cascadas que originan, sus extensísimos campos de lava y los sorprendentes efectos geotermales, tienen que conducirnos a acciones colectivas de conservación del planeta. Sin olvidar la riqueza de su fauna y su flora. Islandia, debiera ser usada como palanca medioambiental para luchar contra tanto deterioro de una Naturaleza que no nos pertenece.
Espero que nuestra dura testa entre en razón -de una vez- y haga caso de las advertencias que la Naturaleza nos envía. No nos podemos identificar con la satírica estatua al burócrata desconocido, obra de Magnús Tómasson en 1992, en el borde del lago Tjomin, cerca del Ayuntamiento de Reikjavik, en la que una piedra suplanta a la cabeza. https://www.alamy.es/imagenes/magn%C3%BAs-t%C3%B3masson.html?sortBy=relevant
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