sábado, 24 de junio de 2023

Islandia: percepciones y realidades

 

Laguna y lengua de Fjallsárlon. Glaciar  Vatnajökull (junio 2023)

Nunca imaginé que escribiría sobre Islandia porque la conocía poco y jamás pensé en ir. Pero aquí estoy debido a la ilusión, y al insistente sueño, de un buen Ángel amigo. Tras recorrerla, hemos podido comprobar que la isla está compuesta por los cuatro elementos, constituyentes básicos de toda la materia allá por los inicios de la ciencia: agua, tierra, fuego y aire. Soy consciente de que esa simplicidad resulta falsa, pero los márgenes metafóricos que toda historia encierra, y más si es de un viaje, me lo permite y los uso. Agua por doquier en todos sus estados. Campos sembrados con tierra de la Tierra fundida y enfriada. Fuego de un interior incandescente que da miedo, pero que dominado lo tornan  energía. Aire limpio, siempre fresco, invisible, azotador. Molesto si sopla fuerte, silbante cuando un objeto se interpone en su camino.

Una vez más, la realidad de lo percibido y visto supera a la imaginación. Sabíamos que este era un viaje único, mágico y fascinante, pero una cosa es pensarlo, ver sus imágenes por internet y otra muy diferente vivirlo in situ.

La percepción que tengo de este insular país es la de una tierra pobre y despoblada, inhóspita, sobre todo en el norte, con muy escasos árboles y muchísima agua donde, a pesar de ser una república, tienen por Reina a la Naturaleza. En sus 103.000 kilómetros cuadrados viven 366.425 habitantes, [3.4 hab/km2], más de 600.000 ovejas, unos 80.000 caballos y 200 volcanes. En sus aguas, del Atlántico Norte, habita el mejor bacalao del mundo y escurridizas ballenas convertidas –sin saberlo- en estrellas de eventos de turistas. Por cierto que en algunos restaurantes de Reikjavik, p.e. en el Sꬱgreifinn, en el puerto, se puede degustar una especie de este cetáceo que aseguran no estar en peligro de extinción. Quiere esto decir que estamos ante un país de mezclas: aqualandia, con ovejilandia, más equinolandia y vulcanolandia. Un cóctel increíble que vas saboreando conforme avanza el tiempo en días interminables de verano con más de veinte horas de luz.

Su ámbito urbano, dependiendo del tamaño de la población, ya sea pueblo o ciudad, es similar a las localidades de Europa. “En el campo la vida es sencilla, junto a los animales y a la soledad, en la belleza del verano y el frio helador del invierno, y entre las historias de su gente, campesinos o ganaderos con poca tierra o con poco ganado, y de las comarcas de alrededor”[1]. En los duros inviernos suele haber espantosas tormentas de nieve, precipitación que te hace daño en la cara y no te deja ver. El frio y la oscuridad, son tan intensos, que forman parte de ti. El viento lo complica mucho más. En primavera y verano los intentos de alejar la luz corriendo las espesas y enlutadas cortinas resultan baldíos, pues esta consigue sortearlas y los rayos de sol te descubren el polvo en suspensión. Con frecuencia se necesita un antifaz.

La red de internet funciona magníficamente bien. Tienes cobertura en cualquier rincón que visites, al menos por la periferia. La vida en Islandia es cara, pero los islandeses tienen buenos sueldos y mi percepción es que no falta de nada, aunque tampoco sobre mucho. El salario mínimo en Islandia es de 368.000 coronas en bruto, unos 2.466 €. Nuestro euro equivale a 150 coronas islandesas y se utiliza la tarjeta como sistema habitual de pago. Aceptan dólares USA y € pero el cambio te lo dan en su moneda con el riesgo añadido de que cada establecimiento “hace sus cuentas”. Un plato principal, bacalao o hamburguesa –con verduras y patatas fritas- ronda los veinte-veinticinco euros. Un tercio de cerveza no baja de los nueve.

A favor del país hay que decir que el sistema educativo islandés es uno de los más respetados del mundo, con un 100 % de población alfabetizada. Toda la educación en Islandia es gratuita. La sanidad es 100 % pública, pero no completamente gratuita. Un islandés debe pagar el 15% de cualquier asistencia médica. Como dato negativo, a pesar de disfrutar de un elevado estado de bienestar, el índice de suicidios, 2020, es de 12’83 por cada 100.000 habitantes, por encima de la media mundial que es de 9’26. Será la poca luz, suelen decir. El índice de paro en abril del corriente era del 4% en hombres y del 2’5 % en mujeres.

El territorio tiene el “mapa partio” entre Europa y América, aunque la conciencia nacional es evidente y está a flor de piel. Islandia es un país verde, en el sentido más ecológico de la palabra, pero además es un verde que se contagia. Si tu alma es algo verde, después de una semana será verde del todo. El cuidado de la naturaleza es un objetivo prioritario de la población. Al ver sus cascadas, sus hielos y sus enormes campos de lava te das cuenta que lo artificial ocupa lo justo. Debido al buen trato, los animales son confiados y la flora está protegida por simples cuerdas que advierten no pisarla.

Me pregunto ¿Qué he sentido durante una semana de viaje por Islandia?

Me he sentido seguro porque la gente es muy respetuosa con lo ajeno a pesar de la escasa policía por la calle y no tener ejército. He sentido una paz silenciosa paseando por el campo en unos interminables atardeceres con mucha claridad. Islandia es un país que te sorprende, ya sean sus cataratas, sus hielos, sus volcanes, sus desiertos marcianos o sus geyseres. El silencio en Islandia suena de otra manera y la sensación de plenitud te invade. Es tontería que ofrezcas resistencia.

He visto un país diferente de gente que lo cuida. Personas tolerantes que tratan con respeto al personal. Como pista y señal, la calle del Arcoiris de la capital –calle Skólavörᵭustígur- lleva directo a la iglesia Hallgrimskirkja. Me ha dado la impresión de que el trabajo allí es sagrado y está bien repartido. El sentimiento nacional se constata por la repetida presencia de su bandera. Desde 1944, el 17 de junio, se celebra el Día Nacional de Islandia para conmemorar la constitución oficial de la República. En Reikjavik tuvimos ocasión de comprobarlo, hace una semana.

Por último, he pensado que Islandia es todavía una preciosa reserva natural que nos recuerda a una Tierra primitiva y salvaje. Sus cuatro grandes glaciares (Vatnajökull, sureste; Hofsjökull, centro; Lanjökull, centro-oeste y el Myrdalsjökull, al sur) deben de ser Patrimonio de la Humanidad. Las impresionantes cascadas que originan, sus extensísimos campos de lava y los sorprendentes efectos geotermales, tienen que conducirnos a acciones colectivas de conservación del planeta. Sin olvidar la riqueza de su fauna y su flora. Islandia, debiera ser usada como palanca medioambiental para luchar contra tanto deterioro de una Naturaleza que no nos pertenece.

Espero que nuestra dura testa entre en razón -de una vez- y haga caso de las advertencias que la Naturaleza nos envía. No nos podemos identificar con la satírica estatua al burócrata desconocido, obra de Magnús Tómasson en 1992, en el borde del lago Tjomin, cerca del Ayuntamiento de Reikjavik, en la que una piedra suplanta a la cabeza. https://www.alamy.es/imagenes/magn%C3%BAs-t%C3%B3masson.html?sortBy=relevant

 




[1] Indridason A. , La mujer de verde, RBA, 2015, pág 229

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