Delirio,
desafío, esperpento, ruptura, revolución, locura, golpe de estado,
comportamiento sectáreo…¿Cómo calificar a lo que están haciendo los
secesionistas en Cataluña?.
No
soy experto en psicología y psiquiatría, sólo tengo cierta curiosidad, pero creo
que el soberanismo independentista de Cataluña sufre un delirio paranoide que
podemos definir como un "Síndrome[1]
atenuado de la paranoia[2]
caracterizado por la egolatría, manía persecutoria, suspicacia y agresividad”.
Intentaré
ponerlo en mi lenguaje: Hay un sentimentalismo exagerado, una perturbación
mental causada por una idea central, absoluta y absorbente: separarse de España
como sea. Este estado mental se deja ver por una serie de síntomas que se han
venido alimentando y manifestando a lo largo de años y que en los últimos meses
han llegado a su estado crítico:
1. Una exaltación gigantesca de todo
lo catalán (instituciones, lengua, cultura, historia, Diada… la
democracia catalana es la más pura y perfecta,… la ética de los catalanes es
superior a la de cualquiera…). La peor de todas estas exaltaciones ha sido que
la legalidad catalanista está por
encima de la española y de la europea, rompiendo compromisos y promesas
solemnes y legales. El soberanismo catalán se califica a sí mismo como el manantial de la
verdad. ¡Pura egolatría! Lo catalán tiene una expresión única, una lectura
unívoca….¡¡ la suya!!
2. Por supuesto España persigue a todos
los catalanes – los soberanistas han usurpado todo el espacio social – y esta persecución
convierte a todos los catalanes en
víctimas, en mártires de la independencia. Con ese calculado y perverso victimismo
pretenden que España aparezca como un país opresor, un país sin garantías
jurídicas…cuando los logros de autogobierno conseguidos en Cataluña demuestran
todo lo contrario.
3. La suspicacia es fundamental:
cualquier cosa que haga el gobierno español se toma como gran ofensa al pueblo
catalán – pueblo que es mezcla de pueblos - y es motivo, por tanto, de grandes
respuestas: declaraciones grandilocuentes, campañas en los medios – sobre todo
extranjeros - , manifestaciones en la calle, muchas banderas, movilizaciones de
la gente joven (escuelas y universidades esenciales)…
4. Agresividad: desde hace años,
para mí, la agresividad ha sido total hacia todo lo español: agresividad del
lenguaje (aparte del España nos roba, campañas de desprestigio de
instituciones, leyes y Gobierno), agresividad de los medios controlados por el
Govern, agresividad en el lenguaje corporal de los manifestantes, señalamiento
de los diferentes, agresividad en las conversaciones, desprecio constante de lo
español (quemar banderas, pitar el himno, chillar contra el Rey y el Gobierno
en la manifestación contra los atentados, scraches ante la Delegación del
Gobierno, Guardia Civil y Policía Nacional…).
Creo
que esas cuatro características se dan en el actual nacionalismo catalán. Si a
todo lo anterior lo aliñamos de grandes mentiras y exageramos hasta lo
indecible, el delirio paranoide llega a ser enorme. Al ser un delirio colectivo
porque durante años se ha estado intoxicando a importantes sectores sociales (partidos
políticos, alumnos, empresas, policía autonómica, asociaciones culturales,
gastronómicas o deportivas etc…) el tratamiento es complicado y difícil porque,
para ser eficaz, es precisa una individualización del mismo. De todas formas
creo que muchas personas son conscientes de ese delirio, es un delirio
voluntario, lo cual facilita la solución.
Ante
el tremendo disparate de la proclamación de la república catalana, después de
graves irregularidades legales y democráticas, no nos debe resultar extraño que
el Jefe del Estado defienda al Estado y que partidos y sociedad civil defendamos
la Constitución y el Estado de Derecho.
El
155 no trata, entiéndase bien, de acabar con el independentismo.
Como idea, como proyecto político, como aspiración, sentimiento o lo que se
quiera, el independentismo es legal y legítimo, y los partidos que defienden la
independencia, también. Lo que no lo es, es utilizar el Govern, el Parlament,
los Mossos, los medios públicos, los funcionarios y los impuestos de los
catalanes para, ilegalmente, pegarle fuego al Estatut, a la Constitución y al
mapa.
De todas formas creo que el nacionalismo, siendo una opción
legítima, siempre me ha parecido una forma de pensar de poca profundidad
intelectual, porque está basada en el orgullo de pertenencia a una comunidad y
a una identidad de la que formas parte por puro azar. El nacionalismo independentista
me parece también una ideología un poco arcaica, más propia de principios del siglo XX que
del XXI. Yo en esto me identifico más con Sabina cuando dice
que el mundo lo que necesita es que se supriman fronteras, no que se levanten.
Sé
que la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo no solucionarán todo este
embrollo: sólo están para aplicar la ley, que no es poco. Es por eso que espero
y deseo que el problema político lo resuelvan las elecciones del 21 de
diciembre, ajustadas a derecho y con toda clase de garantías, clarifiquen el
panorama por aquello del bien común.
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