Me encanta saber cosas de mi pueblo. Todo lo local me
atrae como si fuera un ardoroso idilio de juventud: Sus tradiciones, sus
gentes, las costumbres que se asoman en bodas, bautizos y funerales... También su
gastronomía y las letras de sus jotas; dulces caseros, las conservas de mi abuela. Sus ermitas,
su dehesa, sus caminos con sus cruces, sus casi fósiles paredes llenas de
conversaciones e imágenes no grabadas de paseantes y viajeros, sus dinteles, su
subsuelo perforado, su folklore…. Me embelesa su pasado, su presente y desde
luego me interesa su futuro. Tener un pueblo es un lujo, una gozada, un túnel particular
del tiempo. Los pueblos, como los barrios de las capitales, son realidades
delicadas que hay que cuidar porque encierran la inocencia de la niñez, la
madurez de una vida y miles de significativas cosas más. Nuestro nacimiento nos vincula con
lugares, personas y situaciones y, queramos o no, cada uno de nosotros es un minúsculo eslabón en la
cadena de su historia.
Todo lo de mi pueblo lo entiendo fascinante, pero ¿cómo
olvidar que el mundo es un cajón con vastas dimensiones que alberga enormes
cantidades de pueblos tan pueblo como el mío y que la condición humana aspira a conocer llevada por su curiosidad? Además tu pueblo no es el ombligo del mundo, porque tu pueblo se asienta en la provincia y esta a su vez forma parte de una región. Esa región con
otras integran un país. Y ese país con otros define un continente. Continentes
hay cinco para la ONU y el COI, pero en Latinoamérica, añadida la Antártida,
llegan a contar seis. En las naciones de habla inglesa, para no variar, llegan
hasta los siete: los indudables cuatro (África, Asia, Europa y Oceanía) más la
citada Antártida junto a las dos Américas. Si la Tierra ya es grande, miremos
hacia arriba y contemos galaxias. Qué duda cabe: tu pueblo es es relativamente importante, pero a nivel global no pasa de ser una mota
de polvo anclada en un planeta.
El tamaño importa y la calidad también, todo depende.
Es por eso que resultan magníficos lo pequeño y lo exorbitante. El Universo nos
conduce al átomo y el microcosmos a la inmensidad. Guadarramilla y Volga, enano
y un gigante, ambos ríos peculiares, convergen en la noción de rio y los dos
necesitan la lluvia y dos orillas, de un cauce que los guie, de una inclinación
mínima que los lleve hacia el mar. Los dos son importantes y vienen en los mapas.
Si me gusta investigar Alcaracejos es porque puede llevarme de Quito a Mozambique, pasando por Pekín; del gótico al románico y de los
visigodos a la guerra civil. Todo está conectado. El conocimiento adopta
caminos caprichosos y te ayuda a emprender sendas que te conducen de lo chico a
lo grande, de la sombra a la luz, de grutas a pirámides. Analizar una pagoda te mete en el estudio de lo que son las catedrales y de ahí pasas a una mezquita casi sin darte cuenta y más si eso lo haces en Córdoba.
Creo que lo importante es tener como referencia un punto que te guste. Mejor que te apasione. Llegado ahí, déjate llevar por
sus buenas vibraciones porque conocer Alcaracejos y quedarse en el Fresnedoso supone una gran pérdida. De ahí tendremos que pasar a visitar los escudos heráldicos de Dos Torres, el Calvario de El Guijo o el Museo del Pastor de Villaralto.
Defenderé viajar por los Pedroches siempre que eso me lleve a comprender Turquía; lo
mismo que defiendo la construcción de Petra o de la torre Eiffel si eso me
facilita al menos vislumbrar la torre de Pedroche, las Cruces de la Añora o el Parque Natural de Cardeña y Montoro. De ahí sigo el Guadalquivir y ya estoy en Sevilla. De Sevilla a Sanlúcar y de allí a Nueva York. Nadie es una isla y nada ocurre aisladamente. Todo es parte de todo.
Ser viejo ayuda a comprender a los niños y muchos
niños se entienden a la perfección con sus abuelos. Es enriquecedor transitar
de lo general a lo particular y de lo particular a lo general; de lo nuevo a lo
viejo y de lo viejo a lo nuevo; del silencio a los ruidos y al revés, de la
pequeña ermita a la gran catedral; de derecha a la izquierda y de izquierda a
derecha; del pueblo al Universo y del Universo a los pueblos; del hombre a la
mujer y de la mujer al hombre. Del cero al infinito y viceversa. Enfermedad y
salud son estaciones de ida y vuelta porque tanto monta la “a” como la “zeta”. Nuestras
realidades, aparentemente antagónicas, son escenarios complementarios, portada
y contraportada del mismo libro. ¿Qué sería del color blanco sin el negro? Creo
que el gran problema es de miopía digital al calificar la vida y situaciones
con un cero o un uno, ignorando que existe el 0'1 ó el 0'8. No todo es blanco o negro. Ignorar la gama de los grises es un error butal y además existe el arco iris. Bienvenidos al rico mundo de los matices.
Publicado en Diario Córdoba - 31 de octubre de 2019 *Retocado 25/01/2022
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