sábado, 4 de enero de 2020

Vida virtual

               Todo se ha desnaturalizado. El vino no tiene alcohol, el café lo hacen sin cafeína y los caramelos ya no tienen azúcar. Los tomates se producen todo el año artificialmente, las manzanas no tienen gusano y a la Constitución la apodan ordenamiento jurídico democrático. ¡ Chúpate esa mandarina!.
Imagen FUNIBLOGS

               La política también se desnaturaliza en España y al ataque sedicioso al estado de derecho, democrático y constitucional dado en Cataluña  se le llama conflicto político. La nula disponibilidad de “Pedro en funciones” con los medios es un silencio estratégico o una comunicación interrupta transitoria. Mientras tanto el Gobierno ayuda, por no decir presiona, al Tribunal Supremo para que acate la decisión del Tribunal Europeo sobre la inmunidad de Oriol Junqueras.

               Dentro de esa aparente realidad el cine y la tele te trasladan a la selva africana, a la España medieval, a la América profunda o a la última galaxia, recién descubierta. ¡Es lo que tiene el progreso tecnológico! Te hace ignorar al vecino pero puedes tener sexo on line en la cocina de tu casa mediante una videollamada narcotizado con media botella de tinto. Además, por la mañana, te despertarás diciendo que fue una noche fabulosa: ¡Qué bien he dormido con mi medio Orfidal! La intoxicación de realidades virtuales no tiene límites. Es una dependencia total y real. ¡Mientras más tomas, más necesitas!

               La tele no te hace pensar en nada: ¡Perfecto! Conseguido el soma ¡inalámbrico! Pero como no puedo parar y esta noche estoy de suerte, me voy a un casino a ver si mis virtuales ensoñaciones económicas aterrizan en lo real. Llevo 100 euros y una tarjeta de crédito que no pienso utilizar. Unas monedas en máquinas. Normal, las pierdo todas. Menos mal que en la puerta me vendieron unos porros y unas pastillitas chicas que ponen barbaridad. Las fichas de la ruleta me emocionan un montón. Una buena jugada – con total suerte - no vale por cinco malas. Acabo perdiendo los 100 euros y el crédito que me da la tarjeta de mi amigo financiador interesado: el banco. No nos damos cuenta de que los bancos nos aman tanto que nos permiten ser felices en cómodos plazos de euros. ¿Cómo no agradecérselo? Para compensar mi bajón por la pérdida del dinero saco otra pastilla amarilla. Potente alucinador. Me tomo un wisky y un frenadol, para el resfriado me dijeron. Me recupero.

               En plena fantasía me meto en Twiter, Whatsapp e interneteo. Estoy en Vietnan y en el Congo a la vez. El Louvre se mezcla con incendios en California y visito San Petersburgo a pesar de que nunca estuve allí. Hago surf en Tenerife mientras mi tabla navega por la curvada cúpula de San Pedro en el Vaticano. Una delicia que me despierta delante de unos polis que me piden el DNI. Se lo doy, me dejan ir y les oigo decir que tenga cuidado. Me recoge un taxi – autobús que me deja en la puerta de casa. A la mañana siguiente me levanto con un fuerte dolor de cabeza y unas bragas rojas y amarillas que tapan mis vergüenzas. No consigo recordar dónde me puse esa original prenda. Tampoco si alguien me la puso. Me preparo café con un Valium y dos paracetamoles. Necesito estar bien para ir a trabajar.

               En el trabajo la realidad me aplasta, necesito evadirme. Voy por un cafécafé bien cargadito. De paso me fumo un cigarro y rapidito, en el bar de la esquina, una copita de anís para aliviar esta resaca que tanto me mortifica. Hay que compensar la dura realidad laboral de alguna manera. Al salir practicaré algo de deporte escuchando música. Es genial disfrutar de las dos cosas a la vez. La aplicación del móvil, conectado con mi reloj digital que llevo en la muñeca me va marcando los pasos, los kilómetros, las calorías que quemo, la tensión arterial y los latidos por minuto que da mi corazón. Pura tecnología punta que me da tranquilidad. Pienso en cómo podrían vivir los antiguos sin todo esto. Para mí ya es imprescindible. La música y el deporte me relajan. Mejor no pensar. Es mejor no plantearse ni de dónde venimos ni a dónde vamos. Es mejor vivir la vida de otros que la propia, mejor soñar dormidos y despiertos. Sí. Es mejor esnifar el futuro que vivirlo.
ComputerHoy.com

               Termino mi ejercicio y me conecto a la nube para repasar fotos de los viajes que he hecho. Busco por internet un restaurante próximo y leo los comentarios. Todos son excelentes ¡Ni que los hubieran puesto los hermanos, primos, sobrinos y parientes del dueño! Pienso que a lo mejor. Pero decido que son gente variada, clientes satisfechos y agradecidos que quieren que yo disfrute tanto como ellos lo hicieron comiendo allí. El restaurante es un chino que me traslada al Pekín de 1900 sin moverme del barrio dónde vivo. Todo un lujo. El personal que lo atiende son dos familias de Alcorcón.

               Durante la comida comparto la mesa con tres personas más. Todos comemos mirando al móvil. Lo pasamos muy bien. Yo me conecto a Facebook y chateo con un grupo de amigos que no conozco. Es muy divertido saber que una reside en Moscú y es periodista. Otro está en Mozambique con una buena beca que le permitirá doctorarse en costumbres del pais. El tercero, un islandés, es camarero en Taiwan. Un tipo interesante. Levanto la cabeza y me doy cuenta que me he quedado solo. Pienso que al menos he comido acompañado.

               No me puedo quejar. Tengo todo lo que deseo.

               Sí. Lo confieso. Mi normalidad es huir de los problemas y complicaciones, reunirme con los jóvenes y desertar de los viejos, ser vivo ejemplo del forever young, ampliar a medio mundo mi burbuja de confortabilidad y cortocircuitar a todas las personas y situaciones que puedan inquietarme. He hecho verosímil mi vida virtual y me siento feliz. Definitivamente, la vida real es invivible…..Por eso he procurado buscarme una vida virtual que sea mejor.


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