Eran tres sombras, tres, agarradas del brazo. Eran personas sombra. Yo me bajé del coche y pude ver sus curvadas espaldas. La imagen me impactó. No eran sombras normales ni tampoco frecuentes. Eran tres sombras tristes que a duras penas se alejaban delante de mí. Hombros caídos. Pasitos cortos y cabeza inclinada. Eran tres sombras tristes. Irradiaban tanta tristeza que hasta mí piel llegaron las ondas que emitían en medio de un silencio que te helaba la sangre. La calle estaba sola.
Eran
tres sombras alojadas en ropa que le quedaba ancha. El hombre caminaba detrás
de dos mujeres. La joven muy delgada, con algo de tacón, se situaba en el centro.
Eran tres sombras íntimas que la vida venció. Al menos de momento. Me dio la
sensación que un viento superfuerte, silencioso y violento les impedía su
avance.
Tres
huérfanos andantes, desangelados: una madre sin hija, una hija sin hermana y un
padre roto a trozos vacío por el vacío de la hija que se fue.
Haciendo
un gran esfuerzo me salió el nombre de él. No fue mi pensamiento sino mi
corazón el que dijo su nombre. El hombre se volvió, con los ojos perdidos,
mirando sin saber dónde hincar su mirada. Se dirigió hacia mí y estrechamos las
manos, luego los antebrazos. Sus ojos con mis ojos. No pude decir nada. Mejor
que no lo digas o tendré que llorar, me dijo suavemente. Gracias de corazón,
para mí es suficiente. Y se volvió inclinado buscando a su familia.
Enajenado
por la intensa emoción mis ojos se mojaron. Flotando por el aire me procuré
encontrar y seguir la rutina. Era la Navidad de una mujer suicida.
Personalmente
no pude masticar tanta tristeza y me puse a escribir.
Navidad post - suicidio
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