lunes, 30 de diciembre de 2019

             

            Eran tres sombras, tres, agarradas del brazo. Eran personas sombra. Yo me bajé del coche y pude ver sus curvadas espaldas. La imagen me impactó. No eran sombras normales ni tampoco frecuentes. Eran tres sombras tristes que a duras penas se alejaban delante de mí. Hombros caídos. Pasitos cortos y cabeza inclinada. Eran tres sombras tristes. Irradiaban tanta tristeza que hasta mí piel llegaron las ondas que emitían en medio de un silencio que te helaba la sangre. La calle estaba sola.

               Eran tres sombras alojadas en ropa que le quedaba ancha. El hombre caminaba detrás de dos mujeres. La joven muy delgada, con algo de tacón, se situaba en el centro. Eran tres sombras íntimas que la vida venció. Al menos de momento. Me dio la sensación que un viento superfuerte, silencioso y violento les impedía su avance.

               Tres huérfanos andantes, desangelados: una madre sin hija, una hija sin hermana y un padre roto a trozos vacío por el vacío de la hija que se fue.

               Haciendo un gran esfuerzo me salió el nombre de él. No fue mi pensamiento sino mi corazón el que dijo su nombre. El hombre se volvió, con los ojos perdidos, mirando sin saber dónde hincar su mirada. Se dirigió hacia mí y estrechamos las manos, luego los antebrazos. Sus ojos con mis ojos. No pude decir nada. Mejor que no lo digas o tendré que llorar, me dijo suavemente. Gracias de corazón, para mí es suficiente. Y se volvió inclinado buscando a su familia.

               Enajenado por la intensa emoción mis ojos se mojaron. Flotando por el aire me procuré encontrar y seguir la rutina. Era la Navidad de una mujer suicida.

               Personalmente no pude masticar tanta tristeza y me puse a escribir.


Navidad post - suicidio

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