viernes, 21 de febrero de 2020

El Campo y Los Mayores

 En estos días presentes de movidas agrarias, en los cuales aumenta la soledad del campo y uno se siente como un campero más, mi mente se dirige – sin poder remediarlo – a una niñez de huerta, a unos establos cálidos y a unos descamisados trabajando en las eras.

               Corrían los calendarios de los años cincuenta cuando descubrí lo que eran tomates en su rama, berenjenas colgantes a modo de zarcillos morados y gigantes, habichuelillas verdes, pimientos de asadillo, patatas escondidas para el sol y la luna, las frutas de su tiempo con gusano furtivo. Conocí el agua dulce, sometida y sumisa en los pozos y acequias, azadas y legones, la leche y la lechera, la soledad de gente que cuidaba la huerta viviendo siempre en ella. Cochinas y lechones, las vacas y terneras, gallinas y polluelos, conejos y conejas y alguna pata suelta. El Sol daba las horas y en la casa y las cuadras, la luz amarillenta como lluvia ambarina pálida y macilenta. La tabla de garbanzos o de las habichuelas, las sandías de secano, espinacas y acelgas, membrillos amarillos y el chorro de agua fresca que llenaba la alberca. La oscuridad y la noche nos llenaban de paz. El silencio era el dueño de aquel espacio mágico que solo amenazaban el grillo y su grillar, queriendo convencernos que su especial cri – cri era una serenata. Un encanto infinito poderlos escuchar. Por la mañana, el burro tiraba de la noria con los ojos vendados dando cansinas vueltas.

               El campo quedó solo. La gente se marchó y los grillos siguieron su inercia musical. Ya nadie los oía salvo sus fieles hembras; para ellos, suficiente. Los pájaros dormían y así podían grillar tranquilos en sus nidos. El campo, sin humanos, había cambiado mucho. El silencio se podía masticar.

               El campo ha ofrecido y ofrece la ocasión de vivir, al devolver con creces la grandeza que encierra y la dignidad que abraza. El campo acoge siempre a toda aquella gente que respeta sus códigos e incluso a quien lo fuerza, no demasiado tiempo. Tiene sus propios límites, límites naturales.

               El campo y los ancianos se asemejan bastante. Recordando a Serrat, podemos apuntar que “a los viejos y al campo solo se les aparta después de habernos servido bien”. Los mayores nos legaron educación y calor, alimento y recursos… y son muchos los que siguen dando todo: ayudan a sus hijos, atienden a los nietos o albergan en su hogar al hijo o a la hija que el mundo trató mal. Como en una botica, hay de todo en la vida: simbiosis y parásitos, nubarrones y estrellas, soberbia y humildad, situaciones extremas y cantos de sirenas. Los mayores, lo suelen cubrir todo.

               El campo fue y es soporte y los viejos también; el campo dio y da frutos; los mayores aportan saberes y experiencia; el campo tiene años, casi infinitos; los longevos cuentan sus primaveras con dos o tres rosarios; el campo necesita su abono y sus labores y las personas viejas se abonan con cariño, presencia permanente y dosis de paciencia. Cuando un campo se deja, mueren nuestras raíces y nuestra gran despensa. Hace falta ese campo, esa naturaleza que siempre nos alienta y nos da de comer. Cuando mueren los viejos, ese vacío que queda y que te deja mudo, te llena la conciencia de imágenes pasadas que son tus referencias.

               El campo y la vejez se han convertido ahora en terrenos muy amplios donde la soledad pasea como señora. En las casas del campo las paredes enferman como los cuerpos viejos que hay en las residencias. Allí se caen columnas y se rompen las tejas; aquí se quedan ciegos, se fracturan caderas. Los sencillos jardines de las huertas y haciendas secan sus flores frescas mientras en el olvido las personas mayores pasan las horas muertas. En los caminos crece llorosa la maleza y en sus caras, los viejos reflejan su tristeza con lágrimas que asoman.

               Vejez y Campo juntos por mor del abandono de unos y de otros. ¿El Campo y los Mayores se están quedando solos? ¿Por qué tanta torpeza? . Campo y vejez esperan a que la muerte venga.







No hay comentarios:

Publicar un comentario