Siempre hubo negacionistas. Existen al día de hoy y compartirán el futuro, pero quizás en estos tiempos, con tanta interacción reticular y la expansiva resonancia informativa llaman más la aten-ción. Tal vez, por todo eso, no debería sorprenderme que los negacionistas hayan desarrollado su propio marketing y se conviertan en belicosos combatientes de miserias y glorias. Como todos sabemos hay gente que vive de negarlos o de ratificarlos. El asunto se complica porque tanto la afirmación como la negación pueden ser grandes mentiras. Nos instalamos, pues, en una incertidumbre indefinida e infinita en la que siempre ganan los impostores, ágiles nadadores en aguas tan sutiles, a veces transparentes y casi siempre turbias y turbulentas.
Uno de los primeros negacionistas famosos de la
historia fue San Pedro apóstol que negó la amistad y el conocer a Cristo, pero
a pesar de sus noes y sus dudas le encargaron la máxima responsabilidad del
grupo. Misterios insondables propios de un jefe máximo y una humildad profunda.
Conforme entro en el tema, me percato que los
negacionismos están siempre de moda. Siempre están en el top de los rankings
político y social. Echemos un vistazo.
Dentro de los más clásicos está la negación de los amenazantes
cambios serios del clima y del nivel del mar, bandera genuina de los ecologistas
y de gente normal que no enfatiza tanto. Se niegan los efectos de los
coronavirus después del mucho daño; la violencia machista es un invento audaz
de las beligerantes feministas y tampoco existieron ni los crímenes nazis ni sus
campos de muerte. Lo de Franco no fue ningún golpe de Estado y una guerra
nuclear sería una bendición. Niegan la falta de libertad en Cuba, China y Rusia
y puestos a negar se refutaron los beneficios del aceite de oliva o del pescado
azul. Y es que resulta increíble que en nuestra propia y triturada España se
niega la desigualdad, sea aplicada a personas, razas, condición sexual y por supuesto
entre Comunidades, Autónomas se entiende.
Que un mortal ciudadano, de a pie, niegue un suceso o
una afirmación personal que solo le afecta a él o a su entorno más próximo no
está bien, pero que gente con cargos importantes o responsables públicos,
incluidos los electos, nieguen lo confirmado ayer, indica una actitud cínicopatética,
unida a la acusada ausencia de unos principios éticos y una tremenda falta de
respeto hacia la ciudadanía y en particular hacia sus votantes, considerados botarates.
Negar una indecente realidad es una necesidad de medios deshonestos y perversos
políticos porque les viene bien que la gente les crea “la pura realidad que nos
predican”, aunque sea una ficción reñida con la ciencia en multitud de casos y
nos la cuelen a presión por sus manipulados conductos y conductores de información..
Hay personas que niegan que el esfuerzo sea un soporte
social y que la solidaridad interterritorial en España merezca algo la pena.
También se pone en tela de juicio tener conocimientos porque… total … todo está
en internet, como si conservar una gran biblioteca te convirtiera en persona muy
culta o ser el propietario de un piano de cola te transformara en músico. Se
niega la propia crispación para acusar a otros de ser causa y los derechos de
la gente se ocultan en nombre de una egoísta libertad que solo beneficia a unos
pocos. El asunto de estos contemporáneos coronavirus, aún entre nosotros, es
terreno abonado para negacionistas que han ido cambiando sus mensajes en
función de sus particulares conveniencias y de las circunstancias que rodean la
pandemia …. Se niega a un discapacitado la posibilidad de trabajar, se niega a
la ciudadanía la transparencia mínima en temas que le incumben, se niega la
independencia de la justicia si sus sentencias no corresponden con mis
intereses, se niegan las evidencias de una crisis de gobierno, se niega el
enchufismo, se niega que se premie la falta de experiencia y también se niega
la sabiduría que la experiencia encierra. Eso sí, se afirma que la juventud sea
un valor en sí misma en detrimento de una equilibrada madurez y que los
sentimientos están por encima de los argumentos, es decir se niega la razón. Demasiado
negacionismo…. Demasiado derroche de valores, demasiada hemorragia de
honradez,…..El colmo, ya traspasado en muchas ocasiones, es un relativista que
se siente absoluto, antiguamente llamado caradura.
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