Nunca me han gustado las imposiciones. La del idioma tampoco, salvo circunstancias muy excepcionales. Aunque Massiel, ingresado en Cruz Roja, me puso la carne de gallina, en ningún tiempo me pareció mal que Serrat, un poeta y cantautor español, quisiera usar el catalán en Eurovisión. Ciertamente eran otros tiempos.
Saber
idiomas es una bendición que a todo el mundo gusta. Nunca me tropecé con nadie,
con algo de cabeza, que no quiera mostrar la utilidad de sus aprendizajes. Porque un segundo idioma aumenta tu autoestima, el tercero te coloca en la cima de un monte y el cuarto te traslada a
otra galaxia, al mundo de los políglotas. Los idiomas son los tickets de entrada a culturas, palacios y
embajadas, a trabajos de ámbito internacional, a comerciar entre árabes, rusos y africanos y a conversar con el alma de gente como tú. ¿Quién se puede oponer a ese
enriquecimiento? Solo las mentes torpes o egoístas.
Y
para mí son torpes esos nacionalismos exasperados que expulsan de sus ámbitos a
personas valiosas que no saben su idioma. Pero ¿Cómo se puede ser tan cortos? Tú
da la oportunidad para que el personal se desarrolle y trabaje, que aprenda las
costumbres y la gastronomía y que invierta su tiempo en las tiendas del barrio.
¡Hay tanta diferencia! Los idiomas no pueden ser una frontera fuerte que separe
a la gente: son comunicación. El idioma no es una losa densa que tengo que aguantar
para que no me aplaste ¡serán burros y burras! El idioma es a la sociedad lo
que el agua a la vida. Si vives el idioma es algo que penetra en tu mente casi
sin darte cuenta, sin presión ni políticas. El idioma es libertad mental, nunca
será cadenas ni pena que cumplir ni piedra arrojadiza. Además nunca fue
patrimonio de nadie, solo de las callejas y de las avenidas, de los pubs y las
tiendas, de las aulas y centros de salud, de bodas y bautizos, de parques y de
playas,… el idioma es un lugar de encuentro nunca una obligación. Se aprende en
la niñez sin ningún sufrimiento y crece como un árbol, lento pero seguro. Que
torpeza tan grande prescindir de una gente porque no usa mi idioma. ¡Serán
incompetentes! No permitir que un profesor dé clases en una aula o que un
oficinista trabaje en un despacho porque no sabe usar la jerga nacional….Por favor que desastre y que torpeza
juntos…..Recuerdo casos muy notables en los que una administración inteligente y
empresas muy privadas patrocinan dar unos cuantos meses – pagados por supuesto
– para que el personal se desenvuelva y haga bien su trabajo, incluido aprender
el idioma. ¿Por qué precipitarse si después de unos años personas preparadas
transforman cinco euros en billetes de cien y saben conversar en nuestra propia
lengua? ¿Saben lo que es el medio y largo plazo? Si es que terminarán
escribiendo poesías en esa lengua extraña
que nunca rechazaron. El requisito previo debía ser posterior … Tiene usted cinco
años para hablar catalán o vascuence….Seguro que al segundo lo tiene conseguido
y no le ha generado ningún trauma y sobre todo, ninguna resistencia. Cualquier
aprendizaje necesita su tiempo. Veo que algunas regiones, Euskadi, Cataluña,
caminan con estrés en esto del idioma. Las precipitaciones se alían con los
fracasos. El catalán o el vasco pueden ser muy valiosos, seguro, pero la
imposición lleva el germen de lo dictatorial y del fijo fracaso. El éxito está
en que la población asuma como suyo aprender el idioma, lo asuma suavemente.
Las Administraciones nacionalistas actúan con una rigidez digna de grandes
correcciones y se equivocan obligando a la gente. Generan problemas de
convivencia, judicializan el tema del lenguaje y lo convierten en ADN social
que divide y separa coartando la libertad de expresión. ¡Gran equivocación!
He vivido la experiencia de
trabajar con gente de Georgia que lengüeteaban en español. Trabajaron, me ayudaron,
vivieron el idioma y lo aprendieron. Beneficios mutuos coronaron los meses y
los años. La miel cura más cosas que la hiel.
Recuerdo Barcelona, década de los
setenta. El tema de L’estaca de Lluis
Llach era todo un símbolo contra la falta de libertades. No se puede convertir
al idioma en una estaca más, ni en la escuela ni en las tiendas ni en las
calles. La lluvia fina puede conseguir que nazcan flores en cada instante.
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