Soberbia (Jacob Matham, Haarlem 1571 - Haarlem 1631) |
En el mundo de los valores y el derecho, doña Soberbia era una señora que no tenía límites, tanto por la derecha como por su izquierda. Cada jornada conquistaba, al menos un milímetro, en el terreno de sus desorbitadas pretensiones. Hacía así más ostensible su dominio. Todo le parecía poco. Quería más. La superioridad y la prepotencia eran las únicas razones de su existencia: más territorio –social, económico, físico o político-, más influencias, máximo poder, más intromisiones, mayores intereses,... Un desmedido super-ego era la base de sus decisiones.
La Doña, como la apellidaba mucha
gente, estaba embelesada y envanecida por la contemplación de sus conquistas. Se
drogaba con lo exclusivamente suyo, menospreciando todo aquello de los demás que
no le facilitara el engrase de sus intereses. Ella se veía la más guapa, la más
chula, la que mejor vestía y la que disfrutaba las mejores cualidades en todos
los aspectos: inteligente, capaz, instruida, conocedora, experimentada o
vengativa.
Nunca soportó un no de nadie a
sus exagerados deseos. Tenía que ser, sí o sí, la novia en la boda, la muerta
en el entierro, la niña en el bautizo, Rocío Hood en los bosques, la ovni en la
galaxia y la reina en el panal de las ostentaciones. Para colmo tenía complejo
de víctima cuando la realidad era que ella se comportaba como un verdugo
justiciero. Jamás comprendió como se podía estar en desacuerdo con ella. Lo
achacaba a que sus enemigos, jamás tuvo adversarios, le tenían una manía
tremenda.
Como señal de su jactancia, y
manifiesto de poder, se permitió redefinir valores y actitudes. Así, llamó
paciencia a la impaciencia; a la verdad la disfrazó con la perversa máscara de
la mentira; forzó a la justicia a quitarse la venda y a inclinar la balanza y a
la honradez la revistió con el opaco manto de la corrupción. Como un martillo,
machacó a todas las posturas emergentes que osaron llevarle la contraria y
subordinó a su capricho leyes e instituciones.
Doña Soberbia, como tal, nunca se
puso límites, así que puso tierra de por medio con la humildad, contaminó el
esfuerzo de vagancia y encerró en una jaula a la autocrítica.
Con su perfecta maquinaria de
hacer lo blanco negro y lo negro morado, sometió al entendimiento y al
pensamiento crítico y amenazó a la luz. Como desde esa posición de superioridad
no surgen relaciones muy leales, sus socias, tan soberbias como ella, basaron
su relación en intereses, jamás en la amistad ni en el respeto mutuo. Así, las
soberbias, que confundían la verdad con su verdad, estaban condenadas a
entenderse o a sufrir la soledad y el desprecio de los que despreciaban. Doña
Soberbia también compartía conexiones con la soberbia oculta, un tipo de
soberbia que decidió esconderse y manejar los hilos en la sombra. Estar en la
primera línea era muy arriesgado.
Doña Soberbia predicaba la
igualdad como meta, pero ocupando ella y sus acólitos (vanidad, petulancia,
suficiencia, inmodestia, engreimiento… ) la más alta cima de la desigualdad.
Estaba claro que tenía que ser siempre la primera y estaría por encima. Eso de cultivar
las igualdades le quedaba muy bien y camelaba ilusos.
Pero, como suele ocurrir en
muchas situaciones de la vida todo lleva una cara y una cruz, una mochila
añadida que te afecta y no, necesariamente, para bien. La Soberbia además de
estar sola era terriblemente infeliz porque nunca tenía bastante. Su ansia de
ser más era insaciable, eso la desequilibraba y la condujo a soberbias dudas.
Un
día, la Soberbia, al contemplar el Universo sin poder alcanzarlo, se sintió
vulnerable. No podía ser más espectacular que él y tuvo que dejarse seducir por
la belleza de una soberbia aurora boreal. Por la belleza penetró la bondad,
punto más elevado de la inteligencia, y sus soberbias murallas se redujeron a
ceniza, ante la atónita mirada de la envidia. Su tenaz resiliencia explotó en
mil pedazos. Intentó secuestrarle tiempo al tiempo pero este no se dejó. La
Soberbia, tocada, vagó errante intentando encontrar la razón de todo aquello, algo que la consolara, pero no lo logró. Su desorientación era total en un mundo donde la confianza,
el compromiso, la lealtad, la honestidad y la complicidad de la amistad eran
lugar de encuentro. La humildad reinaba por doquier.
Todo le resultó superextraño. Llegó
a ser una Soberbia errante e impotente. Ya nadie le hacía caso.
Soberbia (Gili y Roig, Baldomero 1873, Lérida - 1926, Barcelona) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario