martes, 20 de diciembre de 2022

Doña Soberbia

 

Soberbia (Jacob Matham, Haarlem 1571 - Haarlem 1631)

En el mundo de los valores y el derecho, doña Soberbia era una señora que no tenía límites, tanto por la derecha como por su izquierda. Cada jornada conquistaba, al menos un milímetro, en el terreno de sus desorbitadas pretensiones. Hacía así más ostensible su dominio. Todo le parecía poco. Quería más. La superioridad y la prepotencia eran las únicas razones de su existencia: más territorio –social, económico, físico o político-, más influencias, máximo poder, más intromisiones, mayores intereses,... Un desmedido super-ego era la base de sus decisiones.

La Doña, como la apellidaba mucha gente, estaba embelesada y envanecida por la contemplación de sus conquistas. Se drogaba con lo exclusivamente suyo, menospreciando todo aquello de los demás que no le facilitara el engrase de sus intereses. Ella se veía la más guapa, la más chula, la que mejor vestía y la que disfrutaba las mejores cualidades en todos los aspectos: inteligente, capaz, instruida, conocedora, experimentada o vengativa.

Nunca soportó un no de nadie a sus exagerados deseos. Tenía que ser, sí o sí, la novia en la boda, la muerta en el entierro, la niña en el bautizo, Rocío Hood en los bosques, la ovni en la galaxia y la reina en el panal de las ostentaciones. Para colmo tenía complejo de víctima cuando la realidad era que ella se comportaba como un verdugo justiciero. Jamás comprendió como se podía estar en desacuerdo con ella. Lo achacaba a que sus enemigos, jamás tuvo adversarios, le tenían una manía tremenda.

Como señal de su jactancia, y manifiesto de poder, se permitió redefinir valores y actitudes. Así, llamó paciencia a la impaciencia; a la verdad la disfrazó con la perversa máscara de la mentira; forzó a la justicia a quitarse la venda y a inclinar la balanza y a la honradez la revistió con el opaco manto de la corrupción. Como un martillo, machacó a todas las posturas emergentes que osaron llevarle la contraria y subordinó a su capricho leyes e instituciones.

Doña Soberbia, como tal, nunca se puso límites, así que puso tierra de por medio con la humildad, contaminó el esfuerzo de vagancia y encerró en una jaula a la autocrítica.

Con su perfecta maquinaria de hacer lo blanco negro y lo negro morado, sometió al entendimiento y al pensamiento crítico y amenazó a la luz. Como desde esa posición de superioridad no surgen relaciones muy leales, sus socias, tan soberbias como ella, basaron su relación en intereses, jamás en la amistad ni en el respeto mutuo. Así, las soberbias, que confundían la verdad con su verdad, estaban condenadas a entenderse o a sufrir la soledad y el desprecio de los que despreciaban. Doña Soberbia también compartía conexiones con la soberbia oculta, un tipo de soberbia que decidió esconderse y manejar los hilos en la sombra. Estar en la primera línea era muy arriesgado.

Doña Soberbia predicaba la igualdad como meta, pero ocupando ella y sus acólitos (vanidad, petulancia, suficiencia, inmodestia, engreimiento… ) la más alta cima de la desigualdad. Estaba claro que tenía que ser siempre la primera y estaría por encima. Eso de cultivar las igualdades le quedaba muy bien y camelaba ilusos.

Pero, como suele ocurrir en muchas situaciones de la vida todo lleva una cara y una cruz, una mochila añadida que te afecta y no, necesariamente, para bien. La Soberbia además de estar sola era terriblemente infeliz porque nunca tenía bastante. Su ansia de ser más era insaciable, eso la desequilibraba y la condujo a soberbias dudas.

               Un día, la Soberbia, al contemplar el Universo sin poder alcanzarlo, se sintió vulnerable. No podía ser más espectacular que él y tuvo que dejarse seducir por la belleza de una soberbia aurora boreal. Por la belleza penetró la bondad, punto más elevado de la inteligencia, y sus soberbias murallas se redujeron a ceniza, ante la atónita mirada de la envidia. Su tenaz resiliencia explotó en mil pedazos. Intentó secuestrarle tiempo al tiempo pero este no se dejó. La Soberbia, tocada, vagó errante intentando encontrar la razón de todo aquello, algo que la consolara, pero no lo logró. Su desorientación era total en un mundo donde la confianza, el compromiso, la lealtad, la honestidad y la complicidad de la amistad eran lugar de encuentro. La humildad reinaba por doquier.

Todo le resultó superextraño. Llegó a ser una Soberbia errante e impotente. Ya nadie le hacía caso.

Soberbia (Gili y Roig, Baldomero 1873, Lérida - 1926, Barcelona)


 

 

 

 

 

 

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