domingo, 11 de diciembre de 2022

Estar ahí

 


            Las palabras dan el juego que oradores y escritores son capaces de conquistar al moldear los mensajes de la misma forma que el barro es amasado por las manos del alfarero. Escribir y disertar se convierten así en una actividad casi plástica dando lugar a una pintura oral o escrita, las dos descritas.

            Siempre me llamó la atención la pareja “estar ahí”. Es cierto que la vida que nos rodea está llena de dualidades: cielo y tierra, fe y razón, bien y mal, luz y oscuridad, humildad y soberbia, etc. Pero estas dobles miradas, siempre extremas, nos manifiestan ideas en blanco y negro, mientras que si alguien sabe estar ahí siempre resulta positivo y beneficioso. Estar ahí es una dualidad diferente. No es contrapuesta sino complementaria, quizás por eso me gusta más.

            Era yo adolescente cuando me di cuenta, con claridad, de la importancia de estar ahí. En aquellos años estudiaba, interno, en el colegio salesiano de Pozoblanco. Corría la década de los 60, en el siglo pasado. El recreo era un brillante maremagnun de chiquillos corriendo detrás de los balones. Doce o catorce equipos de fútbol jugando en el mismo terreno ¡¡a lo ancho y a lo largo!! Eran partidos simultáneos dentro del mismo tablero. El caos era galáctico, pero dentro de ese desorden tú sabías quienes pertenecían a tu equipo y quienes eran tus contrarios. Por supuesto que sabías tu portería. ¿Alguien se imagina siete partidas de ajedrez, juntamente, en el mismo tablero? Pues eso. Nosotros jugábamos siete partidos de fútbol a la vez y en el mismo rectángulo. Las fricciones, los roces y las bromas eran frecuentes pero, pero … los clérigos –profesores salesianos, futuros curas si la vocación no se torcía– estaban allí para limar nuestras pequeñas diferencias y que todos los partidos fluyeran con orden y agilidad. Su sola presencia, a veces, evitaba su intervención. Algunos la llamaban pedagogía de presencia.

            ¿Qué es entonces estar ahí? Estar ahí es estar pendiente. Es saber diferenciar, sobre todo en tus inmediaciones, lo importante de lo accesorio y de lo urgente. Estar ahí supone observar la situación y decidir los datos principales por si tienes que intervenir. Estar ahí es un dejar hacer desde tu puesto en sombra y hacerte visible si la situación, a tu juicio, lo requiere. Estar ahí es una situación activa en tu interior pero pasiva de cara al exterior, aunque muy conectado con él por si fuera necesario inmiscuirse. Estar ahí es, en definitiva, estar cuando los demás te necesitan y no cuando a ti te viene bien.

    Estar ahí es una manera de manifestar la generosidad, es un acto de amor constante y responsable. Es actitud de entrega. Es un pasar inadvertido estando. Es un aparecer respetuoso, sin agobiar, para esfumarse al poco rato tras solventar el tema. 

    Hay muchas personas que siempre están ahí por eso es imposible el citarlos a todos. Ejemplos concretos de estar ahí son los bomberos o los servicios sanitarios de urgencia. La policía, el ejército y otros muchos. Estar ahí es una forma de entender la vida que tienen algunas personas.

      Estar ahí, a veces, se convierte en un desiderátum: Así, los padres debieran de estar ahí, la familia debiera de estar ahí, la pareja debe de estar ahí, los hijos deben de estar ahí, los vecinos siempre estaban ahí y los amigos, afortunadamente, siempre están ahí.

    Estar ahí se convierte así en un acto de ida y vuelta: unos dan pero otros deben de tener la capacidad de recibir. Qué duda cabe que el equilibrio se produce cuando ese estar ahí tiene la reciprocidad como factor que determina. A veces no es fácil aceptar. Es posible que algunos a ese estar ahí recíproco le llamen felicidad. Es muy de agradecer que siempre exista gente que esté ahí. Algunos tienen mucha suerte.

    En cualquier caso la gente que está ahí no espera nada, ni reconocimiento ni obsequio alguno. Le satisface estar y se sienten dichosos.



Publicado en Diario Córdoba el 20/07/2017

 

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