Escuchar es prestar atención a lo
que se oye. Dar oídos, atender a un aviso, consejo o sugerencia. Es un verbo
que implica cierto esfuerzo, alguna dosis de predisposición interior. Mientas
que oír es percibir un sonido por medio del oído. Es un acto inconsciente,
pasivo e involuntario. Podríamos resumir diciendo que escuchar necesita el oído
y una actitud activa, mientras que para oír nos basta con el oído.
Pues bien, que la posible madre
escuchara los latidos del futuro bebé era lo que pretendía –o pretende- VOX.
Por cierto que, aunque se tiene la certeza científica de que el feto no es parte
del cuerpo que lo alberga porque sus adeenes son diferentes, desde hace tiempo,
ya no me queda claro el concepto de madre ni la noción de hijo,. ¿A una mujer
que aborta le puedo llamar madre? ¿Un aborto es un hijo? ¿Un feto de tres meses
es un aborto y un feto a los siete meses es un hijo? ¿El concepto de hijo
depende del tiempo? La calificación de madre o de hijo ¿la fija el diccionario,
la religión, la ley, la biología o es una percepción interior de la mujer? Nunca
voy a condenar a una mujer que aborte porque conecto esa realidad con un drama
social cuyas razones se me escapan. Un aborto es una situación complicada que
me resulta difícil valorar. Los condicionantes suelen ser múltiples y sus
repercusiones infinitas Solamente quería llamar la atención sobre los términos
madre, hijo y alrededores. Sí puedo afirmar que no me gustaría encontrarme con
el dilema personal de aborto sí-aborto no.
Pero el asunto iba de escuchar, o
más bien de obligar a escuchar a la posible madre, el tic – tac de un pequeño
corazón en vivo y en directo. Del obligar a escuchar el debate pasó a proponer
escuchar y del proponer escuchar a un “no hubo nada”. Fuera pregunta sonda,
propuesta o intención, el caso es que algo hubo. En fin. La situación generada y
las declaraciones de García Gallardo –Vicepresidente de la Junta de Castilla y
León- me parecen más bien un esperpento de la política, incluida la exagerada
reacción del gobierno de Pedro Sánchez con requerimientos oficiales desproporcionados
solo entendibles en clave de campaña electoral y con el fin de desviar la
atención de sus propios problemas. Por desgracia la mujer, y todo lo que la
rodea, hasta los más nimios detalles, se ha convertido en arma política
arrojadiza. En mi opinión sobra pasión y falta inteligencia. La medida del
gobierno húngaro de obligar a las mujeres a escuchar el latido del corazón
(Septiembre, 2022) del feto antes de abortar me parece torpe y coactiva.
Como había poco debate el Mundo
Today publica un tweet en el que dice que el Gobierno [Sánchez] obligará a
Ayuso a escuchar latidos de ancianos antes de recortar recursos públicos. Vamos
que un despropósito se intenta atajar con otro despropósito, metiendo a Isabel
Ayuso por el medio y no sé si intentando recordar la situación que se vivió en
algunas residencias de ancianos durante los momentos álgidos de la pandemia,
momentos y situaciones que debieron servir a nuestros líderes para escucharse y
no para tirarse los trastos a la cabeza. Pero en este país somos bastante así,
cuanto peor, mejor. La lucha política no tiene por qué ser torpe y
barriobajera. Tanto los acuerdos como los desacuerdos debieran de ser elegantes
y respetuosos. No vale todo.
Llegado este punto entiendo que,
dándole la vuelta al tema de escuchar, lo quiero utilizar en positivo. España,
nuestro país para algunos y nuestra nación para otros, tiene el problema de no
escuchar, escuchar poco o no escuchar lo suficiente. También el de una escuchamiento
selectivo. Como no, también incluyo, escuchar una cosa e interpretar otra. Todo
esto me recuerda al juego infantil del teléfono escacharrado pero con
premeditación y alevosía, vamos que no se entienden porque no quieren, y al
dicho de que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
Es evidente que debemos escuchar
a los ancianos y no solo el tic – tac del corazón, sino también sus
pensamientos y sentimientos y también sus dolamas. La vida se pierde poco a poco,
a veces de golpe, y los años conllevan la pérdida de casi todo y en particular
la vista y el oído. El anciano queda así a merced de sus cuidadores y, con
frecuencia, es un trabajo enorme el escucharlos. Sin poder leer un libro o una
revista, sin poder ver la tele y sin facultades para escuchar la radio ni
participar de una conversación, el aislamiento avanza y la soledad se hace
infinita. Así que conversemos con nuestros ancianos, aunque sea a voces.
Escuchar es una sana actitud que
nos hace más sabios, quizás por eso nuestros líderes políticos se escuchan tan
poco, porque creen saberlo todo. O quizás por eso su escucha es selectiva:
saben perfectamente a quienes tienen que escuchar porque les dicen lo que
quieren oír. ¡Cuánta soberbia y cuánta vanidad! Escuchar incluye una inequívoca
actitud humilde y una innegable gana de aprender. Escuchar concreta tu
solidaridad y encierra el compartir el tiempo. Escuchar amplía las fronteras de
nuestra humanidad y nos hace mejores. Es por todo esto que nuestros líderes, y
lideresas, claro, debieran dedicar todos los días un tiempo a la escucha de los
diferentes, porque esa es la verdadera escucha y de ahí nace el auténtico
diálogo.
También hay que escuchar a los
enfermos, algunos se curan solo con eso, a aquellos que están solos, a los que
están buscando una salida en sus tormentas, a las embarazadas y a los
embarazados, a los adolescentes y a los niños, a los abuelos en sus memorias, a
las víctimas de la guerra y a las de todo tipo de violencia por su inmenso
dolor, a los encarcelados, a los lugares despoblados, a tu pareja, a tus hijos,
etc. Pero la escucha no puede ser una obligación porque así se denigra, salvo
en el caso de los psicólogos o jueces que la utilizan como trabajo y profesión,
pero eso es otra cosa. Mención aparte me merece la Madre Tierra a la que
tenemos el deber de escuchar ante sus significativas señales de socorro.
La escucha, como valor social y
comunicación activa es una chispa fresca de la vida que a todos enriquece.
¡Escuchémonos pues!
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