lunes, 20 de febrero de 2023

Pecar por lo civil

 


¿Se puede pecar por lo civil? En principio creo que no, ya que el pecado es una falta acerca de algún precepto relativo a la religión o contra la voluntad de Dios. De todas formas al admitir la sociedad casarse por lo civil, bautizar por lo civil como una ceremonia de bienvenida al inscribir el nombre del recién nacido, algo que se hace entre el juzgado, la casa y un restaurante o existir familias que van a la iglesia a solicitar la primera comunión por lo civil, podemos hablar por extensión –sin gran dificultad- sobre pecar por lo civil. Los funerales por lo civil tampoco tienen desperdicio y pueden resultar igual de hermosos que aquellos que se ofician según la estricta liturgia de una religión. Permítanme entonces navegar sobre la idea y considerar que sí, que se puede pecar por lo civil.

Serían pecados civiles, por tanto faltas leves o graves, las que comete una persona –creyente o no creyente- al no cumplir con los preceptos legales civiles que van ligados a su ciudadanía y a las responsabilidades que, libremente, ha aceptado, sean políticas, familiares o profesionales. Así por ejemplo es muy grave que un político, desde su cargo, intoxique o manipule una información que la ciudadanía tiene derecho a saber. Un agravante sería que lo hiciera en su propio beneficio. Desde el punto de vista del ciudadano no pagar el IVA sería un pecado civil de omisión. En el ámbito familiar podríamos hablar del desamparo que sienten los menores de edad ante la irresponsabilidad de unos padres “Peter Pan”.

Por su mayor repercusión, dado el número de personas a las que afecta, me preocupan especialmente los pecados civiles de las personas entregadas a la política. No es lo mismo que una mujer o un hombre traicione a su pareja, que una ministra o un presidente del gobierno deserte de los principios que le llevaron a ser elegido-a para el cargo. Si además se reitera y pavonea en el incumplimiento de sus promesas, en medio de un cinismo sin límites, la situación resulta especialmente grave. No puedes presentarte a una elecciones defendiendo una idea y luego no llevarla a la práctica o incluso trabajar por la contraria. La guinda de esa deslealtad es montar una campaña mediática, por supuesto con dinero público, para convencer –machacando a tus compatriotas- de que estás haciendo lo correcto. Curiosamente este fraude no lo castiga el Código Civil. Solo podemos penalizarlo los ciudadanos.

Otro pecado civil muy llamativo, de juzgado de guardia, es el que cometen los políticos, mujeres y hombres, cuando, en sede y sesión parlamentaria, le hacen una pregunta y responden por los cerros de Úbeda. La ciudadanía tiene el derecho de conocer la respuesta. Ese filibusterismo político es una terrible falta de respeto a la cámara, a los presentes y a la ciudadanía que pasea por la calle. Que te pregunten por el precio de la electricidad y tú respondas que es más interesante hablar de que en la Mancha hacen un vino estupendo o de que en Valencia están bajando los impuestos, resulta inadmisible. El político que esquive torticeramente las sesiones de control debería cobrar en billetes falsos y ser denunciado por fraude informativo. Las mentiras, o hacer cobras orales ante respuestas, son una ofensa a la ciudadanía que a ningún cargo público debería de salirle gratis. ¿Dónde quedan esas promesas de transparencia y de compromiso democrático? Mentira cogida, político dimitido. Respuesta esquivada o tergiversada, político en cuarentena, suspendido de empleo y sueldo, encerrado en la sala de pensar y con derecho a rectificar, por supuesto. ¿Qué mierda de democracia nos están vendiendo? Un político, ante todo, es un servidor público voluntario, honrado, sin ánimo de lucro y comprometido con el bien común. Su deber y su satisfacción es servir, respetar las leyes e intentar mejorar las situaciones injustas de los que le votaron y de aquellos que no lo hicieron.

Los políticos electos pueden pecar contra la democracia cayendo en la tentación de convertirse en autócratas e intentando eternizarse en el poder. Para ello cometen tres graves pecados civiles: controlan, maniatan o apresan a los árbitros (p.e. la administración de justicia, medios de comunicación, policías varias, ejército), marginan a los actores clave (p.e. ignoran a las autoridades superiores o a líderes adversarios políticos: no les dan entrevistas, le ocultan información, aprovechan actos públicos para humillarles…). Por último reescriben, poco a poco o por las bravas, las reglas de juego para inclinar el campo en contra de sus adversarios[1].

También en la vida civil hay penitencias, p.e. un ciudadano que no pague el IVA, si lo pillan, llevará consigo una multa proporcional a lo defraudado. Para el caso de un político mentiroso, manipulador o intoxicador demostrado, solo cabe la dimisión. El caso de malversar el dinero que la ciudadanía te autoriza a administrar, es fallo imperdonable que solo se subsana apartando de la política a estos listos aprovechados, hayan malversado en beneficio propio o en beneficio de otros, pues aparte del mal uso dado al dinero, han malversado la confianza depositada, lo que es bastante peor e imposible de subsanar. Del dinero público hay que cuidar más y mejor que del propio. ¿Qué decir de una declaración de guerra o de la violencia verbal o corporal que a veces manifiestan? ¿No es un pecado civil exaltar la raza de un territorio? ¿Y la soberbia que encierra la actitud de cierta supremacía moral sobre los otros? ¿Y la memoria interesada de “solo algunas” víctimas en detrimento de aquellas que no son de tu entorno político?. Hablar de contaminación y ofensas contra la Madre Tierra nos llevaría a una lista interminable. Si pretendemos no olvidar ninguna falta cívica solo tenemos que echar mano de un Código Civil y Democrático.

A la vista de lo expresado, me reafirmo, se puede pecar por lo civil.

 



[1] Levitsky, S & Ziblatt, D. : Como mueren las democracias, Ariel, 2018. Pág 206.

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