Siempre se ha dicho que la información es poder. Visto lo visto, en nuestra, para mí, tocada democracia, pienso que la desinformación[1] lo es más, o como mínimo igual. Los gobiernos –también los democráticos- se pasan los días desinformando a la ciudadanía, a los medios de comunicación y a sus adversarios políticos. Los gabinetes de desinformación –de prensa dicen ellos- acumulan expertos que al exagerar, atenuar o no decir, mienten y manipulan: desinforman. Igual que en Medicina se sabe sanar y matar, en Ciencias se empollan los avances o se conocen las medidas antiprogreso, de forma análoga, en las facultades de Económicas se ilustra al personal sobre como arruinar un país o cómo enriquecerlo. El caso que nos ocupa, informar o desinformar, no es diferente ¡That is the question ¡
Lo expuesto en estas líneas es producto de lo
observado y anotado. No son hipótesis, son conclusiones obtenidas de la toma de
datos de la realidad. Así, los gobiernos de turno desinforman al dilatar en el
tiempo un problema con continuas propuestas más o menos ficticias, a veces
mezcladas de antisoluciones. De esta forma consiguen confundir y aburrir al
personal. También a los adversarios. Se trata de ser más sutil que ellos.
Otra de las técnicas preferidas para que no nos
enteremos de casi nada es inundar los medios con una noticia cada día, pero de
diferente asunto. Una noticia tapa a otra y la del tercer día tapa a las dos
anteriores y así sucesivamente. Mucha información desinforma. “Las capas de la
cebolla impiden conocer su centro”. Con frecuencia las noticias tapaderas son
puras mentiras o exageraciones de una pequeña, lo cual complica aún más que el
pagano ciudadano se entere de lo que le interesa.
¿Qué me dicen de los ejércitos de negacionistas
cómplices de determinadas políticas? Negar, negar y negar. Negar hasta la
extenuación en las teles, las radios y la prensa escrita. Si además los
Gobiernos gozan del dominio político de los medios públicos –que son de todos-
y cadenas afines, las cosas le resultan superfáciles.
Otro método resultón es la desinformación encadenada.
El camino es claro: El ministro A desinforma a las 9 h. en la tele. A las 12 h,
la directora general B, da una rueda de prensa para decir lo mismo que A. A las
18 h, el secretario de estado C dice lo mismo que A y B en una entrevista en la
radio y como remate el presidente D afirma lo mismo que sus tres subalternos en
un medio extranjero. Si la cosa lo necesita, al día siguiente se aumenta el
número de intervenciones y desinformadores subordinados, punto. En resumen,
este encadenamiento planificado de mentiras resulta un procedimiento sutil para
que la ciudadanía permanezca en la inopia.
Un clásico es filtrar noticias falsas, es decir se da
a conocer un hecho que es mentira como si fuera algo que ha costado mucho
trabajo, como si se tratara de un secreto. El morbo ayuda a que la gente nos lo
traguemos.
El cinismo es también una buena herramienta para
despistar al personal. Básicamente se trata de acusar a los demás, normalmente
a tus adversarios, de las prácticas que tú mismo haces. Uno miente y acusa a
los demás de mentirosos, uno es cínico y acusa de cinismo a los demás; uno es
corrupto y acusa de corrupción a los demás. Y, por supuesto, el otro/la otra
“es mucho más que tú”. Esta última se conoce como la técnica del “y tú más”.
Es también frecuente utilizar a personas e
instituciones, que gozan de cierto prestigio o buena imagen, como si fueran
garantes de lo que tú haces o dices, cuando en realidad esas personas, o los
escenarios, no tienen nada que ver. Ejemplo clásico es hacer declaraciones de
dudosa credibilidad delante de otros mandatarios extranjeros o aprovechar tribunas
de importancia como el atril de la ONU, del Parlamento Europeo o del Congreso
de los Diputados.
Toda esa amalgama de falsedades, fingimientos o
simulaciones hace que los profesionales de las noticias tengan que aprender a
leer entre líneas o a interpretar un pequeño gesto como es la expresión de las
manos, una mueca en el rostro, una mirada, un tic o un desliz expresivo. El
lenguaje corporal no suele engañar. Todo ello con los dificultosos agravantes de
ruedas de prensa sin preguntas, declaraciones a través del plasma o entrevistas
con las preguntas filtradas por el entrevistado y su ejército de asesores.
Hay que aclarar que
desinformar no es norma exclusiva de los gobiernos. También lo hacen bancos,
multinacionales, redes sociales, agencias de cualquier cosa –sobre todo de
inteligencia- representantes de grandes deportistas, entrenadores, marcas
comerciales, etc.
Es evidente que todas las desinformaciones nos afectan
pero, a mi juicio, las más demoledoras y cáusticas son las protagonizadas por
nuestros representantes democráticamente elegidos. Curiosamente, éstos informan
estupendamente sobre los fallos de los demás, aplicando con maestría la
superconocida ley del embudo.
Un apunte más: La
desinformación merecería un debate en el Congreso de los Diputados. ¿Qué tal si
dedican un día al “Estado de la desinformación en España”? Seguro que sería
interesante.
[1]
Desinformación es una sola palabra. Si fueran dos: des información,
significaría lo contrario. En español el prefijo “des” denota negación o
inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto.
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