martes, 7 de marzo de 2023

Desinforma que algo queda

 


               Siempre se ha dicho que la información es poder. Visto lo visto, en nuestra, para mí, tocada democracia, pienso que la desinformación[1] lo es más, o como mínimo igual. Los gobiernos –también los democráticos- se pasan los días desinformando a la ciudadanía, a los medios de comunicación y a sus adversarios políticos. Los gabinetes de desinformación –de prensa dicen ellos- acumulan expertos que al exagerar, atenuar o no decir, mienten y manipulan: desinforman. Igual que en Medicina se sabe sanar y matar, en Ciencias se empollan los avances o se conocen las medidas antiprogreso, de forma análoga, en las facultades de Económicas se ilustra al personal sobre como arruinar un país o cómo enriquecerlo. El caso que nos ocupa, informar o desinformar, no es diferente ¡That is the question ¡

               Lo expuesto en estas líneas es producto de lo observado y anotado. No son hipótesis, son conclusiones obtenidas de la toma de datos de la realidad. Así, los gobiernos de turno desinforman al dilatar en el tiempo un problema con continuas propuestas más o menos ficticias, a veces mezcladas de antisoluciones. De esta forma consiguen confundir y aburrir al personal. También a los adversarios. Se trata de ser más sutil que ellos.

               Otra de las técnicas preferidas para que no nos enteremos de casi nada es inundar los medios con una noticia cada día, pero de diferente asunto. Una noticia tapa a otra y la del tercer día tapa a las dos anteriores y así sucesivamente. Mucha información desinforma. “Las capas de la cebolla impiden conocer su centro”. Con frecuencia las noticias tapaderas son puras mentiras o exageraciones de una pequeña, lo cual complica aún más que el pagano ciudadano se entere de lo que le interesa.

               ¿Qué me dicen de los ejércitos de negacionistas cómplices de determinadas políticas? Negar, negar y negar. Negar hasta la extenuación en las teles, las radios y la prensa escrita. Si además los Gobiernos gozan del dominio político de los medios públicos –que son de todos- y cadenas afines, las cosas le resultan superfáciles.

               Otro método resultón es la desinformación encadenada. El camino es claro: El ministro A desinforma a las 9 h. en la tele. A las 12 h, la directora general B, da una rueda de prensa para decir lo mismo que A. A las 18 h, el secretario de estado C dice lo mismo que A y B en una entrevista en la radio y como remate el presidente D afirma lo mismo que sus tres subalternos en un medio extranjero. Si la cosa lo necesita, al día siguiente se aumenta el número de intervenciones y desinformadores subordinados, punto. En resumen, este encadenamiento planificado de mentiras resulta un procedimiento sutil para que la ciudadanía permanezca en la inopia.

               Un clásico es filtrar noticias falsas, es decir se da a conocer un hecho que es mentira como si fuera algo que ha costado mucho trabajo, como si se tratara de un secreto. El morbo ayuda a que la gente nos lo traguemos.

               El cinismo es también una buena herramienta para despistar al personal. Básicamente se trata de acusar a los demás, normalmente a tus adversarios, de las prácticas que tú mismo haces. Uno miente y acusa a los demás de mentirosos, uno es cínico y acusa de cinismo a los demás; uno es corrupto y acusa de corrupción a los demás. Y, por supuesto, el otro/la otra “es mucho más que tú”. Esta última se conoce como la técnica del “y tú más”.

               Es también frecuente utilizar a personas e instituciones, que gozan de cierto prestigio o buena imagen, como si fueran garantes de lo que tú haces o dices, cuando en realidad esas personas, o los escenarios, no tienen nada que ver. Ejemplo clásico es hacer declaraciones de dudosa credibilidad delante de otros mandatarios extranjeros o aprovechar tribunas de importancia como el atril de la ONU, del Parlamento Europeo o del Congreso de los Diputados.

               Toda esa amalgama de falsedades, fingimientos o simulaciones hace que los profesionales de las noticias tengan que aprender a leer entre líneas o a interpretar un pequeño gesto como es la expresión de las manos, una mueca en el rostro, una mirada, un tic o un desliz expresivo. El lenguaje corporal no suele engañar. Todo ello con los dificultosos agravantes de ruedas de prensa sin preguntas, declaraciones a través del plasma o entrevistas con las preguntas filtradas por el entrevistado y su ejército de asesores.

Hay que aclarar que desinformar no es norma exclusiva de los gobiernos. También lo hacen bancos, multinacionales, redes sociales, agencias de cualquier cosa –sobre todo de inteligencia- representantes de grandes deportistas, entrenadores, marcas comerciales, etc.

               Es evidente que todas las desinformaciones nos afectan pero, a mi juicio, las más demoledoras y cáusticas son las protagonizadas por nuestros representantes democráticamente elegidos. Curiosamente, éstos informan estupendamente sobre los fallos de los demás, aplicando con maestría la superconocida ley del embudo.

 

Un apunte más: La desinformación merecería un debate en el Congreso de los Diputados. ¿Qué tal si dedican un día al “Estado de la desinformación en España”? Seguro que sería interesante.



[1] Desinformación es una sola palabra. Si fueran dos: des información, significaría lo contrario. En español el prefijo “des” denota negación o inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto.

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