Fotograma de "El filo de la navaja"(1946, EE.UU.) |
Llevo algunos años con problemas
de comunicación con mis amigos de izquierda y de derechas. Los primeros
indicios los detecté en el Facebook y en el Whatsapp, hace ya algunos años. Al
principio no le di demasiada importancia, pero con el tiempo he tenido que
abandonar algunos grupos para evitar discusiones inútiles e interminables que
solamente consiguen sacarme de mis casillas sin concluir en nada.
Las
defensas numantinas de las propias posturas es una mala hierba que ha crecido
en las redes sociales. También la mala educación, las mentiras, el insulto
gratuito y las consignas, sean de partidos, instituciones o personas. Hay
genuinos profesionales. Llegó un momento en que opté por la táctica de no
responder ante determinados exabruptos o de responder cambiando de tema para
evitar un choque demasiado duro. Definitivamente acabé por quitarme de grupos
que, curiosamente, desbordan los objetivos para los que fueron creados. Entras
en un club de literatura y terminas hablando de la guerra en Ucrania, las
discusiones de Sánchez con Podemos o lo que ha subido el precio de la fruta. Ante
cualquier asunto, alguien pone en escena los partidos políticos como principal
ingrediente del potaje conversacional. Automáticamente se produce el lio, no
como una coliente de agua, sino como barullo, gresca, discusión y desorden. Al
final aquel tremendo carajal tiene vida propia que deriva hacia los ataques
personales. Todo el mundo escribe a la vez y nadie escucha ni lee lo que se
escribe. La salida es clara: quitarte del medio. Si eso ocurre un par de veces
más –realmente es insoportable- solo te queda borrarlo todo y desaparecer,
aunque la cosa se complica si la comunidad es de tipo familiar. “Grupo, me voy
a tomar unas vacaciones” suele decir la gente con una tremenda sensación de
alivio. Donde se ponga una conversación cara a cara con cerveza o café, que se quiten todos los whatsapp del mundo, salvo los que te sirven para quedar con alguien a modo de telegrama moderno.
Uno
de los temas que más dividen al personal es el asunto de los nacionalismos, sea
vasco, catalán o español, enfermedad propia de inmaduros o de personas
acomplejadas con incalculables consecuencias. Convertir localismos en dogmas de
un pensamiento único no puede acabar bien en una sociedad global, multiétnica,
plural y diversa en ritos, costumbres, economía e ideas. Es por eso que los
fanáticos chocan. La religión es también otro asunto polémico que genera división
y disgustos, aunque no debiera ser así. Los impuestos, los toros, el Madrid con
el Barça, los incendios, el agua, el paro, los autónomos, los grandes
capitales, sanidad y la vivienda, la corrupción y el fraude, la justicia, el
racismo, las pensiones, la ETA, la emigración, la crisis de valores, etc, etc.
La relación de asuntos discutibles resultaría infinita, pero ese no es el tema…
Cuestiones para hablar nunca van a faltar. Lo central para mí es como se
afrontan esos conversaciones, con qué actitud, con qué perspectiva … ¿Hablar para
provocar? ¿Conversar para solventar? ¿Proponer para solucionar? ¿Intervenir
para convencer? ¿Machacar para vencer? ¿Insultar para acosar? ¿Vencer para
convencer? ¿Exponer para lucirse?.
Entiendo que los poderosos de
siempre llevan tiempo haciendo todo lo posible, material y psicológicamente, para meternos
en un mundo de populismo polarizado y la corriente (partidos políticos como
herramientas de las élites, pseudolíderes con interés y medios de comunicación,
fundamentalmente) empuja hacia el enfrentamiento y la división y muy poco hacia
la moderación, la reflexión y el consenso. Todo lo que hacen “los otros”, el
enemigo que no adversario, es ilegal o ilegítimo. Los que deambulamos por el
centro del espectro político –recuerdo a Chaves Nogales, Clara Campoamor,
Adolfo Suárez o Gutiérrez Mellado- somos útiles sólo un tiempo. Pasado este,
molestamos. Quizás sea por eso que debato más con mis amigos de derechas y de
izquierdas, aunque tengo que decir que por fortuna se mantienen importantes
cordones umbilicales por los que circula una nutritiva comunicación. Andar por
el filo de la navaja cuesta y tiene sus riesgos. A ellos también.
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