El racismo es una creencia que sostiene la superioridad de un grupo étnico sobre los demás, lo que se traduce en discriminación o persecución. El hecho concreto es que una comunidad humana considera que su raza, su lengua o su cultura están por encima de las razas, lenguas o culturas que la rodean. Esa supremacía –interesada, ficticia y patológica- se manifiesta por medio de insultos, humillaciones, acoso, invisibilidad, etc. En resumen los que se consideran superiores, e iguales entre sí, ejercen una violencia consciente sobre los diferentes inferiores con el ánimo de divertirse, dominarlos, provocarlos o expulsarlos de ciertos ámbitos.
Las agresiones verbales y gestuales sufridas por
Vinicius en Mestalla han puesto a los racistas y al racismo en la agenda
nacional e internacional de estos días y la verdad es que no hay mal que por
bien no venga. Quiero decir que el asunto Vinicius es una buena oportunidad
para atajar y combatir esta perversión social y recordar que no hay ninguna
raza superior a otra, ni ninguna cultura ni lengua que esté por encima de otra.
Cualquier ser humano es un eslabón más de las innumerables cadenas cruzadas,
cadenas y cruces casi infinitos donde la mezcla y la diversidad son las señales
de identidad. La ciencia es clara en este sentido: “El concepto de raza carece de bases genéticas. Los
patrones de ADN y genéticos no están confinados por la Geografía y no se
ajustan a ninguna clasificación de las llamadas razas. Los rasgos de apariencia están determinados por un pequeño
subconjunto del total de genes humanos.”
Concluir que lo ocurrido en un estadio de fútbol nos
lleva a una España racista es exagerado y totalmente falso. Ciertamente España
no es racista, pero hay que vigilar los brotes de racismo para evitar que se
extiendan y limitar con medidas y leyes que se conviertan en epidemia. No ser
racista es fácil cuando los emigrantes o extranjeros se mantienen en sus
lugares de nacimiento, pero cuando los emigrantes comienzan a instalarse en la
casa de enfrente y se comparten mercados, transportes y trabajos puede asomar
esa egoísta supremacía. En el año 2022 vivían en España alrededor de 5’5
millones de extranjeros, siendo Marruecos, Rumanía, Reino Unido y Colombia los
países que encabezaban la tabla.
Cuando hablamos de extranjeros para nada nos referimos
a turistas ya que estos, en su mayor parte, retornarán a sus países en breves
periodos de tiempo. Por emigrantes entendemos aquellas personas extranjeras que
se establecen en tu pueblo, en tu región o en tu país, con la intención de
permanecer durante años. Los naturales del lugar siempre han soportado mejor a
los emigrantes ricos y famosos que a los pobres y desconocidos –de hecho a
algunos les colocan la alfombra roja y les dan papeles antes de entrar- y a los
pocos mejor que a los muchos, lo que no quiere decir que el racismo no se
manifieste ante los ricos o ante la escasa presencia de extranjeros. Algunos
racistas lo son por pura envidia, otros van de matones, justicieros y una
defensa a ultranza de lo local. El racismo cristaliza en diferentes formas y
actitudes. El racista, como el incendiario, busca su sitio y su momento. Es
frecuente que “los dignos nacionales” desprecien determinados trabajos porque
son humildes tareas propias de los de afuera. ¿Denota esa actitud un racismo
subyacente? Por puro pragmatismo, algunos españoles deberían de pensarse dos
veces sus maneras racistas porque ante la despoblación y la baja natalidad
necesitamos a los extranjeros. Echo en falta una política de Estado de integración
de los emigrantes porque no es asunto menor.
En España es antiguo el racismo sibilino subterráneo
en algunas de sus regiones. Tenemos la desgracia de disfrutar de un racismo
doméstico. Desde que tuve uso de razón, algunos vascos y algunos catalanes,
demasiados a mi juicio, siempre se consideraron por encima de andaluces,
murcianos o extremeños. La frase de que “El hombre andaluz no es un hombre
coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido” aún persigue a Pujol,
expresidente de la Generalidad de Cataluña, por las esquinas de las
hemerotecas. Y qué decir de don Javier Arzalluz, expresidente del PNV, que
afirmó: “El RH negativo confirma que el pueblo vasco tiene raíces propias”. Es
cierto que luego tuvieron que explicarse y matizaron bastante sus palabras pero
el tufillo filoracista de algunos colectivos políticos o culturales, vascos y
catalanes, no se acaba de ir y aflora –disfrazado- con frecuencia. Por cierto
que algunas películas han ridiculizado con acierto y humor esa pretendida
supremacía. En el campo de la literatura podemos encontrar variados volúmenes a
favor y en contra de la raza vasca o catalana. Como es de suponer, hay de todo.
Como dato, de ámbito español, sabemos que en 1918 Alfonso XIII promulgó el Día
de la Raza española que fue celebrado durante 40 años. En 1958 el
régimen franquista cambió la denominación del 12 de octubre por Fiesta de la
Hispanidad. En 1987, el día de la Virgen del Pilar volvió a cambiar de nombre:
desde entonces se denomina Día de la Fiesta Nacional de España.
Sinceramente creo que el racismo español no es
cuantitativamente importante, es decir no afecta muchos españoles, pero si lo
es de calidad. Cualitativamente es importante y se concentra en determinados
lugares o en determinadas asociaciones sean políticas, culturales o deportivas.
De ahí la necesidad de no bajar la guardia. Medidas educativas, administrativas
o penales se hacen imprescindibles para atajar esta perjudicial gangrena
social.
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