Una vez más los políticos han
empezado la casa por el tejado. Llevar las lenguas cooficiales, oficiales, o
las lenguas de España, para vestirlas del largo en el Congreso sin pasar por la
ciudadanía es una gran equivocación que identifica a la clase política que
lleva a cabo este tipo de acciones. Podrían haberlo llevado en el programa
electoral –cada vez más papel higiénico-, dar unas pinceladas en los medios,
hacer una campaña por España…. Nada, nada,… un acuerdo entre las élites de los
partidos y al Congreso, y rápido. Una vez más, todo para el pueblo, pero sin el
pueblo.
Las lenguas de España pertenecen
a nuestro patrimonio no tangible. Es una riqueza de todos y todas tenemos que
velar por su conocimiento y su defensa. Indudablemente, la lengua es una variable más a tener en
cuenta, pero asociar lengua con tribu, corralito o territorio indica falta de
miras, catetismo político. Identificar lengua y territorio es un absoluto
inadmisible porque sencillamente es falso, ya que la lengua sobrepasa sus fronteras.
El lenguaje, las lenguas, o son
del pueblo o nunca serán nada. Creo que las cosas en este terreno se han hecho
bastante mal. En España hicimos una Transición política sobresaliente pero la
transición lingüística del franquismo a la democracia se ha hecho bastante mal.
Se ha hecho mal porque se ha asociado lengua con territorio, con privilegios y
ventajas y eso es un enorme error. La mejor virtud de la lengua inglesa es que se
trata de un idioma deslocalizado. Ahí está su fuerza y su potencia, aparte de
una gramática bastante simplificada.
En España las lenguas están
superlocalizadas: el bable solo se habla en Asturias; el gallego en Galicia;
panocha en Murcia y Albacete; el andaluz en Andalucía, Ceuta y Melilla; el catalán
en Cataluña; el aranés en el Valle de Arán; el castúo en Extremadura; el vasco
en Vascongadas; el aragonés o fabla en Aragón,…Esta localización tan exagerada
ha sido una terrible equivocación. Las lenguas son un tesoro a exponer, a
difundir, a darlo a conocer. Hemos perdido demasiado tiempo. ¿Qué se ha hecho
para que el gallego se sienta como propio en Andalucía? ¿Y el euskera en
Extremadura o el bable en Barcelona? ¿Nadie ha pensado que el catalán y el
castúo son Patrimonio Nacional y deben ser conocidos en Murcia y en Valladolid?
La llegada del Tesoro Lingüístico al centro de residencia de la Soberanía
Nacional tenía que haber sido una conclusión de un trabajo previo realizado
durante años en todo el territorio español. Que un mutilado Tesoro Lingüístico Español
llegue al Congreso como parte del intercambio de cromos entre el PSOE, PNV,
JUNTS, ERC y Bildu para formar el próximo gobierno es un fracaso monumental que
muestra un enorme desprecio por otras lenguas de España y una insolidaridad
infinita. La desigualdad es la meta de ese acuerdo parcial sobre las Lenguas de
España.
Lo normal hubiera sido que, en
escuelas o en academias, todos los españoles hubieran tenido la oportunidad de
aprender un vocabulario básico y unas frases sencillas de los idiomas que
alberga la nación. La lengua como instrumento y camino de encuentro, espacio de
reunión. Pero aquí se ha potenciado lo contrario. Especialmente, los gobiernos vasco
y catalán, con el gobierno de Sánchez mirando para otro lado, han hecho lo
imposible por blindar sus respectivas lenguas en sus pequeños territorios, en
lugar de extenderlas por todos los rincones de España. Aún es tiempo de
escuchar a Lorca en la Autónoma de Barcelona, de que en Sevilla se pueda elegir
la opción de Literatura Catalana o de que en Murcia se explique a Rosalía de
Castro. La exaltación radical de los localismos embrutece, separa y enfrenta.
Las mentes amplias y ampliadas siempre tuvieron mejor futuro. Hay quien dice
por ahí que los nacionalismos que habitan en España necesitan abandonar sus
respectivas tribus y conocer otros mundos, necesitan salir, viajar. No son ombligo nada más que de ellos mismos.
Y por favor no me hablen de
lenguas de primera y de tercera. Menuda falacia. Todas las lenguas son
igualmente importantes porque todas tienen como fin la comunicación. Las
personas hablamos las lenguas que más nos sirven para relacionarnos, trabajar,
viajar, comprar, vender, etc…Las artificiales barreras que algunos ponen a los
idiomas son propias de torpes e interesadas mentes dictatoriales porque las palabras
son libres y más en esta época de globalización donde las personas circulan
como jamás circularon, las redes sociales funcionan como jamás funcionaron, la
publicidad trabaja como jamás trabajó, …….ponerle camisas de fuerza a un idioma
es ponerle puertas al mar o ponerle puertas al campo…. El mar y el campo
reclamarán su sitio y lo conseguirán. Es muy complicado embridar un idioma a no
ser que embrides a la ciudadanía y eso sería un democidio político selectivo,
algo tremendamente incompatible con nuestra democracia.
Volviendo al Congreso de los Diputados,
no deja de tener su gracia que un vasco y un gallego se tomen un café en el
Congreso hablando en español y diez minutos después, para entenderse en el
hemiciclo, necesiten un intérprete que hable gallego y vasco o dos intérpretes,
uno que hable gallego y otro que hable vasco para que al final se entiendan en
castellano. Además ojito a las traducciones y a los problemas que pueden
acarrear. Es muy antiguo el dicho de “traductore, traidore”. Cuidado con los
matices.
El lugar natural de una lengua es
la calle, los libros, los medios, … y los principales usuarios son la gente, la
ciudadanía, lectores, escritores,...Entiendo que no es buena señal que la lengua
la “manejen” y acoten los políticos. La lengua como espacio o instrumento de
enfrentamiento es una idea antigua y trasnochada, propia de mentes muy
estrechas. Creo que las lenguas como lugar común de convivencia es una idea por
la que hay que trabajar, pero empecemos desde abajo. Desde la sociedad hasta el
BOE y no al revés. Ah, y no discriminemos a ninguna. Todas son parte de nuestra cultura, en especial el español como lugar de encuentro en la diversa España y con Ibero-América.
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