El asunto de la investidura de
Pedro Sánchez como presidente del gobierno de todos los españoles presenta
múltiples recovecos y variados matices. Ser presidente constitucional con el
apoyo de las fuerzas políticas que pretenden cargarse la Constitución, no deja
de ser una tremenda paradoja, solo entendible por el catálogo de concesiones y
vaselinas que nacionalistas e independentistas reciben de su parte. Cada vez
que haya una votación en el Congreso somos muchos los que pensamos que “la
disciplina de voto” no es una postura digna, si el diputado-a piensa lo
contrario.
En Normas / Reglamento del
Congreso Cap IV – Art 79.2 podemos leer: “El voto de los Diputados es personal
e indelegable”. Está más que claro que el dueño, el responsable último del voto,
es la persona que directamente ha elegido la ciudadanía de Cuenca, Sevilla, o
Barcelona. La relación que un-a diputado-a tenga con el partido por el que se
presenta es también de su exclusiva responsabilidad. De hecho, los partidos, por
su interés, admiten entre paréntesis aquello de “independiente”. Lo que resulta
transparente y de fácil entendimiento es que ni el diputado ni su voto pueden
ser “secuestrados” por los aparatos de los partidos ni por sus líderes. Nuestro
Estado de Derecho ampara la libertad de voto, la libertad de votar en
conciencia y a veces ocurre que la conciencia del diputado no coincide con la
que su líder o el partido le quieren imponer.
Hay que recordar que en unas
elecciones generales, un diputado es elegido por un territorio, en concreto por
una provincia, lo cual implica una correlación directa entre voto y defensa de
los derechos e intereses de esa circunscripción electoral, consideración que
muchos diputados subastan en el Rastro de la política, con todos mis respetos
para ese mercadillo madrileño. No creo que nadie vote en Pamplona pensando en
defender los intereses de Valladolid, ni viceversa.
Yendo a lo concreto, y con la ley
por delante, un diputado del PP podría haber votado a favor de la investidura
de Pedro Sánchez aunque su partido hubiera ordenado lo contrario. También
hubiera podido ocurrir que algún diputado del PSOE votara contra esa
investidura. Ambas posturas las ampara la legalidad.
Con seguridad podemos afirmar que
a los diputados rebeldes, del PSOE o del PP, o de cualquier otro partido, les
caería un aluvión de insultos, apertura de expedientes y presiones de todo tipo
… porque la partitocracia no perdona … pero conviene recordar que esa rebeldía
forma parte de nuestro sistema democrático. Otra posibilidad, cuando no se está
de acuerdo con las directrices del partido es renunciar al acta. Lo único que
un diputado no puede hacer es defraudar a sus electores y optar por posiciones
que nunca se dijeron en campaña electoral o incluso se recomendó lo contrario.
Eso es un engaño imperdonable, una sinvergonzonería total y una bomba de
hidrógeno contra la Ética y contra la democracia.
Entiendo que en la investidura de
Pedro Sánchez todos los diputados socialistas votaran que sí, por cierta coherencia y
responsabilidad –aunque eso ya no se lleve en el ámbito político- a pesar de
que a algunos-as los pactos comprometidos con los independentistas no les agrade para nada, pero su militancia socialista les llevó a elegir, por lógica, un
presidente idem. La elección entre política pasión frente a política razón se
repite a diario.
Considero que “la cosa” se puede
complicar en cualquier votación de la legislatura, sobre todo cuando a un
socialista de Extremadura, Castillas o Andalucía, el partido o el efímero líder
le pida su voto para perjudicar a su región a cambio de beneficiar a otras más
ricas y privilegiadas –léase Vascongadas y Cataluña. Si un elegido vota contra sus propios
votantes, la esquizofrenia se instalará en las cámaras y acabaremos todos
contagiados con los ojos cruzados mirando la nariz en su punta. Esta locura
parece ya afectar al señor Sánchez pues según se ha publicado –a bombo y
platillo- se aprobarán leyes que solo beneficiaran al País Vasco y a Cataluña,
lo que aumentará la desigualdad y quebrará el equilibrio social de la
solidaridad. Esperemos que cambie de opinión y opte por el mayor bien común
posible.
Es que un diputado no se puede
reducir a un muñeco mecánico que aprieta el botón que su jefe le indica.
Sabemos que la obediencia cotiza en el ascensor de la política, pero el límite
de perjudicar a la ciudadanía que lo votó es una línea que la digna conciencia
no debe transgredir.
Si los independentistas van a
analizar con lupa todas las leyes que pasen por el Congreso para beneficiar a
su tierra y a los suyos en detrimento de todos los demás, diputados socialistas
y populares haciendo uso de su libertad de conciencia y sus promesas, deben de procurar el
bienestar del resto del mapa, evidente mayoría social, claramente en desventaja
al no contar con fuerzas políticas nacionalistas. En el PSOE se ha cambiado de
potenciar lo común a potenciar las diferencias y eso, en mi opinión, es
nefasto y nada ético.
Un diputado no es marioneta ni
esclavo de su líder y mucho menos prisionero de su partido. Aquí tenemos mucho
que aprender. Mantener el poder, a toda costa, el poder por el poder, es un
suicidio moral para la dignidad de las personas y un mal ejemplo para todos. Es bochornoso el espectáculo
de las votaciones en bloque por sistema. Eso solo ocurre en las democracias de
baja calidad. Cobrar por apretar el botón que te digan e irte luego de copas o
a tu casa es humillante. Ay lo de la democracia interna de los partidos. Los
partidos tienen que modificar esos aberrantes comportamientos que asocian al
diputado-a con un encefalograma plano haciéndolos invisiblemente necesarios.
Es que lo de los partidos manda hue
….! Si un diputado vota en conciencia y decide con arreglo a su ética,
rápidamente es acusado de transfuguismo y le cae un diluvio de insultos, acoso,
vacío, expedientes, amenazas de dejar al pariente en el paro, etc… A veces me
pregunto ¿por qué vence casi siempre la versión más nefasta de la política, los
acuerdos infames, puestos inmerecidos, favores incorrectos, enchufes,
privilegios, etc, etc…? Mientras tanto la ciudadanía que paga el festín
permanece impotente y olvidada y los diputados, en su mayoría, pensando en el
pesebre. ¿Es eso la política?
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