Define la RAE la formación como la preparación intelectual, moral o profesional de una persona o de un grupo de personas. Es decir todas las personas necesitamos unos conocimientos y unas habilidades para desarrollar determinados trabajos, cargos o funciones. Dentro de esa formación se considera necesaria la presencia de unos principios morales para no perder la referencia de aquello que está bien y lo que está mal.
Un sencillo ejemplo puede
ilustrar lo anterior. Entro en una joyería y le comento a la primera persona
que me atiende: “A este anillo le falta una piedrecita ¿Lo pueden arreglar?”.
Nivel 1: Le tiene usted que poner un brillante, me responde la dependienta.
Nivel 2: Se le pueden hacer dos presupuestos, uno con un brillante y otro con
una circonita. Usted decide. Fue la respuesta-solución de la dueña.
Nivel tres: El joyero, pendiente
de la conversación desde la parte de atrás, se levanta, examina el anillo, lo
gira, lo mira, lo remira y comenta: Por
la profundidad del agujero, la forma y el grosor del anillo, lo que ponga no
tendrá mucho agarre … Será mejor colocar una circonita que además resulta más
barato.
Una
situación similar me comentó un amigo al que se le descargaba la batería del
coche. Pasados dos, tres días, el vehículo se negaba a arrancar salvo a
empujones.
Taller 1: Lo más seguro será colocar una batería nueva, le contestó un mecánico
que siguió trabajando. Para este auto le
costará 90 euros. Por la mano de obra no cobraremos nada.
Mi amigo, que esperaba un
diagnóstico más elaborado y alguna comprobación de algo, decidió visitar el
taller de la casa oficial –Taller 2- y les comentó el problema. “Lo más probable es que no cargue el
alternador. Necesitará un alternador nuevo más un par de horas de mano de obra.
Los alternadores oscilan entre 200 y 750
euros, dependiendo de marca y modelo. Creo que para usted se puede arreglar
todo por unos 385 euros”.
Esta segunda respuesta tampoco le
satisfizo así que decidió llevar su problema al taller que un mecánico, algo
mayor, tenía en las afueras –Taller 3. Siempre que pasaba por allí veía un
montón de coches aparcados. Pensó que por preguntar no pasaría nada. Abra usted el capó, le pidió aquel
mecánico. Arranque el vehículo si puede.
Arrancó. Cogió su multímetro digital y se puso a medir la intensidad de la
corriente en diferentes puntos. Pare el
motor. El hombre siguió con sus mediciones. Arranque otra vez. Párelo.
Con cara de satisfacción le dijo: Tanto
la batería como el alternador están perfectamente. En algún punto hay una
derivación, un contacto que descarga la batería. Si no tiene prisa en media
hora se lo miro, quizás menos. Tómese un café y vuelva. En veinte minutos
mi amigo estaba allí. Arreglado, son 20
euros. ¿Seguro? dijo mi amigo incrédulo. ¡Seguro! Le respondió el viejete.
Si no se está preparado para un
oficio, un cargo o una responsabilidad, hay que tener la humildad de no
aceptarlo y de ponerse a aprender si es eso lo que quieres hacer. Los
chapuceros –actúen donde actúen- deben de ser denunciados y, llegado el caso,
perseguidos por la justicia.
No deja de ser irónico que a un
trabajador de lo que sea, se le exigen títulos, diplomas, certificados y exámenes
y los ministros cambian de ministerios o de cargos como quien cambia de camisa.
¡Sólo necesitan tener un carné y obedecer al Jefe! ¡Si es que hay gente que
sirve para todo! Pues no, va a ser que no. Cualquiera no sirve para ministro de
Justicia o Economía ni para embajador por mucho carné que tenga y muy obediente
que sea. Tampoco uno cualquiera puede ser fontanero. Con frecuencia admitimos
que fulano era maestro, ahora es alcalde y quién sabe si mañana será Director
General de Correos. La ciudadanía, en su acriticidad, acepta disparates y
situaciones inverosímiles. Sin ser exhaustivos flaco favor nos hace el
hedonismo dirigido y dominante que nos distrae, un bienestar que nos hipnotiza
y unas subvenciones que nos esclavizan … y los políticos lo saben.
Debido a la falta de formación de
la clase política, los asesores han florecido como setas. ¿Qué menos que
exigirle a un ministro, a una consejera o a un director general que tenga
conocimientos sobre el área que quiere dirigir? Siempre me ha llamado la
atención que para ser presidente de un gobierno se necesiten menos requisitos
que para abrir una clínica dental, una charcutería o concurrir a las
oposiciones de barrendero, con todos mis respetos para el charcutero y el
barrendero. Así ocurre que los españoles pagamos cursos de aprendizaje y
profesores a los recién llegados a la Moncloa. También a muchos de los
ministros, presidentes autonómicos, consejeros, etc... No saben pero aceptan el
cargo. Es la nueva política. ¿Cómo se puede ser un buen ministro de sanidad con
la licenciatura en Filosofía y Letras? ¿Cómo ser presidente de gobierno sin
haber trabajado ni un mes en una empresa? Ciertamente que cuesta gran esfuerzo
entenderlo. Es evidente que no personalizo en nadie pero sí critico la
situación, sean hombres o mujeres. A nuestros dirigentes públicos se les otorga
una confianza y ellos y ellas deben de estar preparados. Es lo mínimo para
dignificar la función pública.
La formación debe ser general y contextualizada.
Su simbiosis es lo que hace progresar a las personas y al país en el que viven.
Sobre gente formada se puede construir el futuro de una empresa o de una nación.
La formación de calidad propicia innovaciones y autocrítica. Las personas formadas
detectan sus errores, los admiten y los corrigen. Entiendo que una de las
razones por la que la Iglesia Católica ha perdurado a través de los siglos es
porque siempre se ha preocupado por la formación de sus miembros, incluidos
fieles y todo el escalafón que componen la jerarquía.
Donde esté el hombre, o la mujer, siempre existirán errores, ambiciones y problemas… pero todo irá mejor siempre con personas capacitadas por su esfuerzo, conocimiento y referencias morales. No entiendo defender lo público desde la pereza, la ignorancia, la tergiversación de la ética y el sectarismo.
La formación es imprescindible para crear y para entender |
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