Shoebaloo, exclusiva tienda de zapatos. Ámsterdam (2003) |
Cada día que pasa es más cierto: los tiempos están cambiando. Siempre ocurrió. El problema es la velocidad.
Conozco una empresa familiar.
Vende cuchillos, tijeras y navajas. También arreglan cualquier cosa de cuero,
normalmente cosido: monederos, cazadoras, cinturones, etc… desperfectos de
zapatos desaparecen y quedan casi como nuevos, hacen cualquier tipo de llaves y
… otros miles de cosas más que se necesitan en el día a día. El hombre siempre
trabajó con su mujer. Sus hijos estudiaron y están fuera. El negocio dio para
eso. Hace unos días fui a buscar unas plantillas. Un letrero anunciaba que se
traspasa por jubilación. Están buscando un-a sustituto-a. Traspasan el negocio
con el compromiso de impartir ellos mismos un curso de formación de un año. Así
llevan un tiempo. No encuentran a nadie. Con gran dolor de su corazón tendrán
que cerrar … aunque afirman que aguantarán todavía unos meses … ¡ A ver si
llega alguien! Es su esperanza. El pequeño negocio –por el solar que ocupa-
forma parte de sus entrañas. No soportan el horizonte que se avecina.
¡Aguantaremos unos meses a ver si llega alguien! Él y ella, ella y él,
autodidactas ambos, tienen el corazón
partio.
El
mismo pueblo. Situación parecida: después de un mes avisado el fontanero me
llego a preguntar ante la ausencia de noticias. No hemos podido ir, lo siento,
me dicen. Pero ¿tenéis pensado ir?, pregunto. Realmente no, tengo trabajo para
cuatro personas y solo tengo dos. No puedo abarcar tanto. Hago, hacemos, las
cosas bien y eso nos lleva tiempo. Mejor te buscas otro. No puedo contratar
aprendices porque, en mi empresa, ya tienen que venir enseñaos. Es trabajo de hacer, no de aprender. Además con los
sueldos y la Seguridad Social enseñar es demasiado caro para que luego se te
vayan. Creo que voy a poner un cartel que explique que busco fontaneros con
cincuenta años. Los jóvenes, en cuanto aprenden un poco, se piran a Madrid, a Barcelona o a la costa. Allí trabajan y se lo
pasan bien. Hay más ambiente. Pueden largarse porque no tienen ataduras, ni
mujer, ni hipoteca, ni hijos.
Llevo
más de treinta años con un mecánico. Al día de hoy es amigo. Lo he visto trabajar.
Es una máquina. Por su mente y sus manos han pasado todo tipo de coches. Le da
igual la avería y la marca. Si no sabe pregunta y echa horas. Jamás se arredra
ante una innovación. Todo lo arregla concienzudamente. Es un profesional
artista. En sus inicios fue mecánico de aviones en Toulouse pero un maldito y
trágico accidente lo separó de allí. Con su indemnización se vino para España.
Se dedicó a los coches. Por su cuenta. Es un profesional comprometido que
siempre da la cara. Autodidacta total que se inventa sus propios caminos para
superar dificultades. Hace unos días me dio un disgusto alegre: “Al final del
verano me jubilo…”. Si te jubilas, vendo el coche, le dije. Me jubilo, me dijo.
Coche vendido. No tengo edad para llevarlo a un taller que no conozco. Me
alegro por tu jubilación, pero a mí me generas un problema. En cierta forma me
sentiría huérfano de mecánico y mi coche también. Nadie somos imprescindibles,
todos estamos de paso, me respondió.
En
el fondo, y en la superficie, Juan Antonio sabía que su mecánico tenía razón,
pero a lo largo de su vida había visto multitud de profesionales, incluidos
maestros, policías y médicos, y había aprendido a diferenciar a un profesional
“con geito” de otro que no lo tiene. Recordaba la primera cesárea de su mujer. Le
cosieron la tripa “perfecta” pero como un saco de esparto. Antonia, su mujer,
con un tipo magnífico, dejó de usar bikini por respeto a los horribles sastres
de la piel que le hicieron aquel estropicio y por respeto a la gente que,
irremediablemente, verían aquel mal remiendo en la playa o en la piscina. Tuvo
un segundo hijo. También hubo que hacer cesárea pero aquel experto cirujano
cosía como borda una monja. Recuperó el bikini y un poco de autoestima.
Y
es que, hay pintores de brocha gorda y se quedan ahí y hay pintores de brocha
gorda que se esmeran para usar, perfectamente, la brocha fina. Esa es la
diferencia. A qué responden esas ganas de aprender, no lo sé. Lo mismo ocurre
con un buen albañil, herrero o carpintero. Conozco a uno de estos últimos que
lleva haciendo mesas de cuatro patas durante cuarenta años y ninguna cojea. Hay
otros ebanistas que le cojean hasta las de tres y no quiero hablar de encajes
de puertas y cajones.
Lo
expuesto aquí es la punta de un iceberg social que puede perjudicar seriamente
al progreso y estabilidad de nuestra sociedad. Especial gravedad reviste el
problema en España. Sin trabajadores suficientes y cualificados en albañilería, electricidad,
fontanería, carpintería, camareros, conductores de autobuses y camiones, personal
especializado en personas mayores, mecánicos, zapateros, pintores, etc… la
sociedad se para. Estas profesiones, hoy reconocidas y bien pagadas por escasez
de personal formado, nunca fueron cuestión menor pues siempre formaron parte de
los motores que impulsaron los avances sociales. ¡Qué decir de la escasez de
médicos, maestros o profesionales de la enfermería!
Entiendo
que las soluciones tienen que venir de una colaboración sensata entre
gobiernos, sindicatos, empresas, emprendedores, formación profesional
(enseñanza), etc… La polarización electoral, propia del ansia de poder de
algunos, es un lujo que no podemos permitirnos porque nos jugamos la
estabilidad y el bienestar de la ciudadanía. Algo se ha hecho mal cuando
contabilizamos casi tres millones de parados y no se cubren cientos de miles de puestos de trabajo. ¡Y no le echemos la culpa a la informática! Tampoco podemos permitirnos que el personal formado se vaya fuera porque
nosotros pagamos la formación y son otros los que recogen sus beneficios. Por
otra parte, ante la escasez, aparecen las chapuzas y los chapuceros, sector de impresentables
que nos hacen trabajar el doble y costar el doble de caro. Hoy un fontanero gana
más dinero que muchos licenciados. La universidad como marco mental está bien,
pero no podemos olvidar el mundo laboral que muestra la realidad. Hay graduados
que tras la universidad hacen cursos exprés de carpintería o de electricidad. Con
todos mis respetos, pero: ¿Qué hace un maestro optando a una plaza de chófer o
barrendero? ¿Y un abogado a conserje de un colegio o repartiendo pizas a
domicilio? Hay asesores en elaboración de curriculum que recomiendan no
presentar determinados méritos. Hay personas que no son admitidas para desempeñar un puesto de trabajo por "exceso de méritos". El replanteo es inevitable.
Ciertamente,
los tiempos están cambiando. La reflexión conjunta y los acuerdos de los
sectores implicados resultan imprescindibles.
¿Qué hacer entonces? |
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