Plaza de La Concordia (Sevilla) |
Hubo
un tiempo en el que a los comunistas, y a las comunistas también, los acusaban
de tener rabo. Eran seres molestos, grotescos, anómalos. La Transición, con
Adolfo Suárez a la cabeza, demostró que todos ellos, y ellas, eran personas tan
normales y tan españoles como todos los demás. Es más, tenían hasta derechos.
Por fortuna para todos, con la aprobación de la Ley de Reforma Política, las
Cortes Españolas se autodisolvieron (18/11/1976); se promulgó una Ley de
Amnistía (15/10/1977) acordada por una amplísima mayoría social y política que
benefició a personas de toda clase y condición en todo el territorio nacional
(amnistía precedida de dos amnistías parciales en julio 1976 y marzo 1977); la
nueva Constitución entró en vigor el 29/12/1978 y por fin el 1 de marzo de 1979
se celebraron las primeras elecciones generales tras el final de los años de
franquismo. Todo aquello lo vivimos con esperanza y alegría la inmensa mayoría
de los españoles, a pesar de los numerosos asesinatos de ETA y de los atentados
terroristas de la extrema derecha, como fue la horrorosa matanza en Atocha la
noche del 24 de enero de 1977. En aquellos años se sortearon todas las
dificultades políticas, económicas, sociales, militares, etc… Nuestros líderes
estaban convencidos, y se emplearon a fondo, de que la única salida era
implicar a todo el país en la reconciliación, en el encuentro, en conseguir en
la calle y en las instituciones esa concordia nacional que haría de España una
nación envidiable en todo el mundo, una nación de paz y de diálogo multidireccional,
una democracia liberal, un Estado de Derecho. Todos renunciaron, todos hicieron
cesiones.
Desde
entonces, han pasado más de cuarenta años. Somos millones de españoles los que
pensamos que la sana convivencia entre personas, instituciones y territorios ha
sido y es el mayor tesoro que tenemos. Lo hemos mamado en nuestras familias, lo
hemos vivido y comprobado en las calles y en los viajes por todo el territorio
nacional y lo hemos defendido en todas las ocasiones y lugares que se nos han
presentado. La convivencia por encima de todo. ¿Qué somos diferentes? Pues
claro, siempre lo hemos sido y lo seremos, pero ahí está el respeto, la
lealtad, la solidaridad, la libertad y la igualdad, valores que nuestra
Constitución del 78 rezuma por los cuatro costados. ¿En qué se parece
Extremadura a Murcia? La pluralidad es un valor y una riqueza, qué duda cabe,
pero no es un valor absoluto y menos un arma arrojadiza para quebrar la
igualdad o la solidaridad. La pluralidad entendida como “somos los únicos,
somos diferentes” es una aberración interesada y prepotente que solo busca
separación y privilegios, porque todos somos diferentes, todos somos únicos.
Baste como ejemplo observar a los miembros de la propia familia. Así que ¿Qué
decir de una provincia, de una región o de una nación?
Por
todo lo anterior, no me gustó comprobar que en la sesión de investidura de
Sánchez como Presidente, este hablara de división y de calificar de fachas a
todos aquellos que no estén de acuerdo con él. Él sabe que eso no es cierto. Creo
que nuestro Presidente tiene un grave problema cuando dice que va a gobernar
para los suyos y que va a levantar un muro, palabra más que preocupante elegida
a conciencia. Supongo que se refiere a un muro político-social, concepto
bastante más sutil y peligroso que una barrera física. No puedo dejar de
recordar a los muros que ETA levantó en el País Vasco –hoy atenuados-, o al
racismo que sufrieron los negros en EE.UU. y Sudáfrica o al antisemitismo que
Hitler defendió. Por supuesto Sánchez dejó muy claro que él decidirá quién
pertenece a cada lado. Desafortunada metáfora esa del muro, creo.
Tampoco
me gustó que Feijóo dijera que cuando las cosas les vayan mal a Pedro Sánchez
que no los busque, porque no los van a encontrar. Un partido con visión de Estado
no debe decir eso. Dependiendo de la gravedad del tema debiera de prestarse a
colaborar con el gobierno. Pero nada, todo el debate de investidura fue de
enfrentamiento y crispación. Esa idea la alimenta el conjunto de ministros
recién nombrados, donde predomina el perfil político sobre lo técnico. El
Gobierno, que debiera ser para todos, parece prepararse más para una etapa de
enfrentamiento que para gobernar. El colmo de los colmos lo ponen los
independentistas con unos relatores desconocidos que revisarán la marcha de los
acuerdos en Ginebra entre Junts y el PSOE, de tal forma que el Gobierno caerá
cuando Junts quiera. La guinda del pastel son las comisiones de políticos que
analizarán las actuaciones de jueces que estimen pertinentes. Demasiada política
entrometida en la justicia con un ministro, Félix Bolaños, que concentra las
carteras de Presidencia y Justicia. Con estas mimbres se inicia la legislatura.
La meteorología política pronostica tormentas y nubarrones con tendencia a la
inestabilidad. No podemos olvidar que el PP tiene mayoría absoluta en el Senado
y gobierna en once Comunidades Autónomas.
La
respuesta inteligente que añoramos muchos es la colaboración recíproca PP-PSOE
pero lamentablemente hay pocos puentes entre este PP y este PSOE. Los espacios
de encuentro los han hecho volar por los aires y el encabronamiento identifica
a casi todas las intervenciones, aparte de risas a destiempo, insultos,
mentiras, exageraciones, abucheos, gritos, ofensivas ironías, etc. VOX, el
máximo aliado de Sánchez por su extremismo, no ayuda nada o casi nada al
entendimiento. Por cierto que me reafirmo en mi oposición a las manifestaciones
ante sedes de partidos o instituciones y a la violencia que hemos podido ver
hace unos días.
La
Concordia mantenida durante la Transición forma ya parte del Patrimonio
Nacional inmaterial y no es de recibo que un gobierno basado en una mayoría de
minorías dilapide en meses los beneficios que todos hemos acumulado, con tanto
esfuerzo, a lo largo de décadas.
Es
evidente que esta amnistía no favorece la Concordia nacional porque está
localizada en una sola región muy concreta y focalizada en un grupo de personas
con nombre y apellidos. Sencillamente su aplicación desiguala y privilegia y
esto se ha dicho por todo tipo de entidades y personas en todos los rincones de
España. Si desiguala y privilegia no debiera ser constitucional. Pero lo
elemental, lo básico, lo que rechazo de plano es que reconoce españoles de
primera y de segunda y todo para satisfacer las ambiciones políticas de
Puigdemont y los suyos y de Pedro Sánchez y los suyos. Los colectivos
beneficiados están perfectamente delimitados y los beneficios políticos y
territoriales, también. Se ha diseñado “un muñeco” con finísima cirugía
jurídica y ahora se trata de vestirlo de dignidad, convivencia y bien común.
Pues disiento: No se puede poner el Estado Español al servicio de unos pocos y
menos hacerlo en mi nombre y con mi aprobación. Capitanear al mismo tiempo la
igualdad, la solidaridad y esta amnistía es un acto inverecundo pues carece del
consenso y la armonía necesarios. La impunidad que se deriva de la amnistía no
concuerda con el sentir mayoritario de los españoles ni con la actitud
manifestada por los previsibles amnistiados.
Ahora
bien, mi disconformidad es morigerada y democrática y quiero dejar claro que ni
Pedro Sánchez ni su controvertida amnistía merecen que la convivencia con conocidos,
familiares y amigos se vaya a pique. La amistad y las relaciones familiares son
valores sublimes y su conservación nos obliga a todos a “no meter el dedo en el
ojo de aquellos que no piensan como nosotros”. Se puede disentir con
cordialidad. Mostrar nuestra orilla no implica bombardear puentes ni destrozar
la otra. Es legítimo decir lo que uno piensa, si así lo considera. Las
opiniones sobre asuntos públicos son puntos de partida y no debieran ser puntos
de llegada. Es por esto que en asuntos de estado, el diálogo tiene que ser
multidireccional y no dogmático, exclusivo ni partidista. Hablar solo con los
afines no es diálogo, es sectarismo que te reafirma mientras niegas a los que
no piensan como tú su sitio y sus aportaciones.
En
la Transición los infinitos puentes se iniciaron desde las dos orillas. Hoy,
tengo la triste sensación de que un perverso lenguaje y unos hechos nefastos
han hecho saltar por los aires cualquier posibilidad de entendimiento. España
es un caleidoscopio de colores intensos y de formas diversas, pero un
caleidoscopio. Apuesto porque los tres espejos que lo conforman mediante esta
Monarquía Parlamentaria tengan por vértices la libertad, la igualdad y la fraternidad,
aunque eso suene a la centralizada República Francesa. En ningún caso pongo en duda la legitimidad del Gobierno. Estoy hablando de otra cosa.
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