domingo, 15 de marzo de 2015

El conductor del autobús

No le puse cara hasta que lo vi por internet. Se trata de Raúl, un joven madrileño de Coslada que ha sido elegido mejor conductor de autobús de todo el United Kingdom.
 Su secreto saludar siempre cuando entran los pasajeros (buenos días, como está, hola….), darles las gracias al vender el billete y desearles buen día cuando los pasajeros bajan. Con los más conocidos, aunque al parecer está prohibido, mantiene alguna conversación sobre el tiempo, la familia, el trabajo o el último partido de fútbol. Es todo. Cuenta que casi siempre arranca una sonrisa a sus numerosos clientes, aunque reconoce que él suele sonreír primero.  
Es una historia sencilla, de la calle. Pero resulta bella, agradable y conmovedora. Las prisas, las preocupaciones, el trabajo, el ir y venir nos aíslan y nos hacen daño porque nos despersonalizan. Hacen que la gente que nos rodea sea invisible. Sólo miramos hacia nuestro ego. Serrat ya lo apuntaba hace bastantes años “nadie conoce al vecino”. Esta persona humaniza su trabajo con una sonrisa o con un gracias. Por un lado da su sello personal a una rutinaria labor y por otro transforma en activos a los pasivos pasajeros, convirtiendo el autobús en un escenario más acogedor, más cálido. El autobús en modo comunicación. Está claro que reconocerle su plus de afectuosa espontaneidad es de justicia. Los tiempos del estrés están matando la comunicación y las relaciones personales. Este hombre es mucho más que un conductor de autobús: cura mentes y disminuye soledades. Su actitud pone de manifiesto que otro modo de trabajar es posible. Todo con una sonrisa o unas thank you con acento español. No es de extrañar que la gente le deje bombones y galletas. Yo me alegro por él y sus afortunados viajeros.
 
Este reconocimiento me plantea una inevitable pregunta: Si este conductor hubiera hecho lo mismo en España ¿se le hubiera reconocido de alguna forma?. No es la primera vez que la gente de fuera reconoce el trabajo de muchos españoles. Estoy seguro que en España hay médicos, comerciantes, camareros, policías o bomberos que aliñan su trabajo de profesionalidad, alegría y afecto pero nadie se lo reconoce. Aquí se encumbra con facilidad a un presunto corrupto cuando dimite o cuando lo echan para evitar un escándalo mayor. Se elogia y premia a personas afines al partido o a la ideología aunque no hagan nada bien. Para mucha gente el mérito es un demérito por la envidia que genera y personas muy valiosas son ignoradas y se intenta borrarlas del mapa. En el mejor de los casos nos esperamos a que la gente se muera para reconocer “que excelente persona era”, “lo que valía”. Lo de los grandes entierros. Ya se sabe. Tampoco me valen esos reconocimientos colectivos que tratan de igualar miserias y grandezas. Qué duda cabe que creo en el equipo, pero también creo en el individuo.
Los españoles no somos mejores que nadie, pero tampoco peores. Cuentan que fue Bismarck en 1863 el que dijo que España era una gran nación porque ni siquiera los españoles éramos capaces de destruirla. Alejándome de estúpidos patriotismos tengo que decir que venga gente de fuera a manifestar que España no es madrasta de nadie y que seamos los propios españoles los que nos insultamos o insultemos al himno, a la bandera, al Rey o a cualquier institución que se ponga a tiro es, como mínimo, deplorable. Cecilia captó matices increíbles con su querida España. Recuerdo sólo un trozo: Mi querida España ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza?.
¡Los españoles tenemos mucho que aprender de Raúl y de como reconocen el trabajo en otros lugares del mundo. No hay que esperar a que ocurran grandes catástrofes. Sólo observar el dia a dia!.
 
(*) Pequeño homenaje para todas aquellas personas que ponen todo su empeño en realizar bien su trabajo.

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