No le puse cara hasta que lo vi por internet. Se trata de
Raúl, un joven madrileño de Coslada que ha sido elegido mejor conductor de
autobús de todo el United Kingdom.
Es una historia sencilla, de la calle. Pero resulta bella,
agradable y conmovedora. Las prisas, las preocupaciones, el trabajo, el ir y
venir nos aíslan y nos hacen daño porque nos despersonalizan. Hacen que la
gente que nos rodea sea invisible. Sólo miramos hacia nuestro ego. Serrat ya lo
apuntaba hace bastantes años “nadie
conoce al vecino”. Esta persona humaniza su trabajo con una sonrisa o con
un gracias. Por un lado da su sello personal a una rutinaria labor y por otro
transforma en activos a los pasivos pasajeros, convirtiendo el autobús en un
escenario más acogedor, más cálido. El autobús en modo comunicación.
Está claro que reconocerle su plus de afectuosa espontaneidad es de justicia.
Los tiempos del estrés están matando la comunicación y las relaciones personales.
Este hombre es mucho más que un conductor de autobús: cura mentes y disminuye
soledades. Su actitud pone de manifiesto que otro modo de trabajar es posible. Todo
con una sonrisa o unas thank you con
acento español. No es de extrañar que la gente le deje bombones y galletas. Yo
me alegro por él y sus afortunados viajeros.
Este reconocimiento me plantea una inevitable pregunta:
Si este conductor hubiera hecho lo mismo en España ¿se le hubiera reconocido de
alguna forma?. No es la primera vez que la gente de fuera reconoce el trabajo
de muchos españoles. Estoy seguro que en España hay médicos, comerciantes,
camareros, policías o bomberos que aliñan su trabajo de profesionalidad,
alegría y afecto pero nadie se lo reconoce. Aquí se encumbra con facilidad a un
presunto corrupto cuando dimite o cuando lo echan para evitar un escándalo
mayor. Se elogia y premia a personas afines al partido o a la ideología aunque
no hagan nada bien. Para mucha gente el mérito es un demérito por la envidia
que genera y personas muy valiosas son ignoradas y se intenta borrarlas del
mapa. En el mejor de los casos nos esperamos a que la gente se muera para
reconocer “que excelente persona era”,
“lo que valía”. Lo de los grandes entierros. Ya se sabe. Tampoco me valen
esos reconocimientos colectivos que tratan de igualar miserias y grandezas. Qué
duda cabe que creo en el equipo, pero también creo en el individuo.
Los españoles no somos mejores que nadie, pero tampoco
peores. Cuentan que fue Bismarck en 1863 el que dijo que España era una gran
nación porque ni siquiera los españoles éramos capaces de destruirla. Alejándome
de estúpidos patriotismos tengo que decir que venga gente de fuera a manifestar
que España no es madrasta de nadie y que seamos los propios españoles los que
nos insultamos o insultemos al himno, a la bandera, al Rey o a cualquier
institución que se ponga a tiro es, como mínimo, deplorable. Cecilia captó
matices increíbles con su querida España. Recuerdo sólo un trozo: Mi querida
España ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza?.
¡Los españoles tenemos mucho que aprender de Raúl y de
como reconocen el trabajo en otros lugares del mundo. No hay que esperar a que
ocurran grandes catástrofes. Sólo observar el dia a dia!.
(*) Pequeño homenaje para todas aquellas personas que ponen todo su empeño en realizar bien su trabajo.
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