En general se consideran temas espinosos o delicados aquellos que suelen levantar ampollas sociales o exabruptos verbales de personas que - a veces desgraciadamente – se acompañan de cabreos, tensiones psicológicas e incluso agresiones o daños físicos.
Hablar con cierta tranquilidad del aborto, de fútbol, de homosexualidad, de cuotas de participación de la mujer, de emigración, del gobierno de turno, de eutanasia, de no pagar el IVA en las chapuzas caseras, de terrorismo, de religión o de nacionalismos parece ser una quimera en nuestro país. Creo que era Adolfo Suárez el que decía que el español escupe por la boca lo que le entra por los sentidos sin pasar por el cerebro. Afortunadamente alguna gente tiene sentido común, capacidad de escuchar y capacidad de reflexionar para decir las cosas con claridad, sin insultar y con el debido respeto. En este sentido echo de menos la beneficiosa pedagogía que la clase política debería practicar en el día a día ante la necesidad social de buenas formas y debates sosegados y - no por eso - menos eficientes. Siempre me parecieron mal – y me parecen – los insultos y falsos testimonios que algunas personas lanzan con el fin de debilitar o destruir al adversario o de arrancar – en política - un puñadito de votos.
Familiarmente resulta difícil conversar sobre herencias, alcoholismo de algún familiar, defectos de los hijos o la homosexualidad de alguien. También son frecuentes los choques en el ambiente familiar por opiniones de política o de religión. Sobre todos los temas siempre hay alguien que pontifica, sabe más que nadie y lleva más razón que nadie. Como guinda están las ganas y la necesidad de convencer a otras personas. Para mí resulta evidente que este país, los españoles necesitamos mejorar nuestra educación para conversar. Una educación que ayude a escuchar, que respete las relatos de los demás y que rebata con argumentos – sin gritos, insultos ni mentiras.
La sociedad es un conglomerado de personas donde la diversidad de opiniones, gustos y preferencias se hace muy patente. Hoy más que nunca, en un mundo globalizado, las personas necesitamos afirmar nuestra presencia como individuos y ante cualquier asunto tratamos de imponer nuestra opinión por encima de la de cualquiera. Los egos están a flor de piel en políticos, deportistas, cineastas, tertulianos, artistas de todo tipo, medios de comunicación etc. Resulta difícil poder dialogar respetando el turno de palabra y escuchando a los otros.
Es cierto que nuestras opiniones individuales, con frecuencia, están absorbidas por partidos, colectivos o asociaciones. Al formalizar nuestra pertenencia a grupos reforzamos nuestra presencia pero hemos aceptado que sea el portavoz del grupo el que hable. El colectivo refuerza nuestro ego pero absorbe personalidad y matices. Para canalizar nuestro pensar es conveniente que los puntos de vista se expongan en sesiones y debates del colectivo. Esta especie de disolución en el grupo no puede ser excusa para no dialogar sin un mínimo de educación y respeto. La eclosión de la participación en las redes sociales y el teléfono móvil responden, creo, al deseo individual de estar presente en un mundo donde decimos muchas cosas pero decidimos muy pocas. Sustituimos la calidad por la cantidad. El caso es que la mayor parte de las personas nos conformamos con hablar, siempre que alguien nos escuche.
Personalmente no entiendo del todo esos grandes debates, broncos y maleducados. Hace mucho tiempo que comprendí que nadie está en posesión de la verdad y me resulta difícil aceptar que alguien convenza a alguien. Sin embargo, partiendo de posiciones diferentes podemos ponernos de acuerdo para trabajar juntos y conseguir éxitos colectivos, tanto en la familia , en el centro de trabajo como en el país.
Tenemos que aprender a tratar temas espinosos desdramatizando para que no se conviertan en tabú, para que no generen malos rollos, para que se encuentren soluciones. Aclarar opiniones y matices en muchos temas es una muestra de respeto y confianza hacia los demás y debería ser punto de encuentro. Lo políticamente correcto debemos dejarlo para los políticos. Si no aumentamos nuestra capacidad de autocrítica y de sinceridad sin interés, tampoco creceremos como personas.
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